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Espiritualidad

¿Debemos temerle a Dios?

David Langness | Ago 21, 2021

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David Langness | Ago 21, 2021

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Atavíate con la esencia de la rectitud, que tu corazón no tema a nadie excepto Dios. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh.

Intenta esto por un minuto: trata de recordar la última vez que sentiste miedo de verdad. ¿Puedes acordarte?

Si no es así, me alegro por ti: tal vez vives una vida encantadora, o tal vez has vencido tus miedos. Pero si recuerdas esa sensación de miedo abyecto, piensa por qué te sentiste así. ¿Tenías miedo a la humillación, a la pérdida de respeto, a la pobreza, a las heridas o incluso a la muerte? ¿Temiste por ti mismo o por alguien cercano a ti? ¿El miedo que sentiste te hizo cambiar tu comportamiento o tus creencias?

El miedo puede motivarnos poderosamente en la vida. Como representa una emoción tan primaria, nos afecta profunda e intensamente. Sin embargo, los científicos han determinado que la mayoría de los miedos no son innatos, sino que los aprendemos. Todos tenemos experiencias tempranas que condicionan nuestra respuesta al miedo y que nos hacen temer ciertas cosas. Mi esposa no quiere montar a caballo, por ejemplo, no por nada que le haya ocurrido directamente, sino porque a los tres años vio a su hermana mayor caerse de un caballo.

Estos miedos cognitivos, ya sean racionales o irracionales, pueden persistir a lo largo de nuestra vida, e incluso determinar el curso de la misma. En mi propia vida, desarrollé un miedo temprano a Dios, porque mis padres me llevaron a una iglesia que inculcó en mi joven mente una versión de fuego y azufre del Creador. Dios, enseñaba esa iglesia, representaba generalmente la ira y el enojo. Descontento con una humanidad pecadora, ese Dios tendía a castigar severamente. Así que visualicé al Dios de esa iglesia como un tirano iracundo y malhumorado, que insistía en que fuera bueno o sufriera terribles consecuencias. Durante la mayor parte de mi infancia temí a ese Dios en particular, hasta que aprendí que podía rechazar su existencia, y lo hice.

Durante algún tiempo me consideré ateo, negando la existencia de cualquier Creador porque no me gustaba ni creía en la representación de Dios que encontré por primera vez.

Entonces conocí la fe bahá’í y descubrí una concepción de Dios completamente nueva. En lugar de un Ser Supremo enojado y antropomorfizado, aprendí que Dios existe mucho más allá de las capacidades conceptuales de cualquier ser humano. Los pájaros de nuestros corazones, me di cuenta, nunca podrán alcanzar las alturas necesarias para comprender a nuestro Creador:

Es evidente para todo corazón perspicaz e iluminado que Dios, la Esencia incognoscible, el Ser divino, es inmensamente exaltado por encima de todo atributo humano, tal como existencia corpórea, ascenso y descenso, salida y retorno. Lejos está de su gloria el que lengua humana pueda apropiadamente referir su alabanza, o que corazón humano pueda comprender su misterio insondable. Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh.

Cualquier intento humano de comprender al Creador, dicen las enseñanzas bahá’ís, fracasará. De hecho, Bahá’u’lláh compara esos intentos con una pintura que intenta comprender a su pintor:

¡Ciertamente es un verdadero creyente en la unidad de Dios quien, en este Día, le considera como uno que es inmensamente exaltado sobre todas las comparaciones y semejanzas con que los hombres le han comparado! Ha errado gravemente quien haya tomado a estas comparaciones y semejanzas por Dios mismo. Considerad la relación entre el artesano y su obra, entre el pintor y su pintura. ¿Podría alguna vez sostenerse que la obra producida por sus manos es igual que ellas mismas? ¡Por Aquel quien es el Señor del Trono en lo alto y de la tierra abajo! No pueden interpretarse de ningún modo sino como pruebas que proclaman la excelencia y perfección de su autor. Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh.

Así que tal vez puedan entender mi consternación, años después de haber decidido ser bahá’í, cuando me encontré con este pasaje en los escritos bahá’ís:

El temor a Dios siempre ha sido una defensa segura y una fortaleza inviolable para todos los pueblos del mundo. Es la principal causa de la protección de la humanidad y el instrumento supremo para su preservación. Bahá’u’lláh, Epístola al hijo del lobo.

Ahí estaba de nuevo: el miedo a Dios. Como bahá’í, había aprendido que Dios ama a la humanidad, que el amor de Dios creó el núcleo de nuestra existencia. Asociaba la concepción bahá’í de Dios con la misericordia y la bondad, no con el miedo. Así que busqué en los escritos bahá’ís la frase «el temor de Dios». Intenté comprender cómo la utilizaban Bahá’u’lláh y Abdu’l-Bahá y qué significaba.

Aprendí que en árabe, el idioma original de gran parte de la revelación bahá’í, la palabra taqwa a menudo se traduce como «temor». Pero esa simple traducción no transmite completamente el sentido de los muchos significados de la palabra. En cambio, taqwa también puede significar virtud, protección, fidelidad, piedad, confianza, rectitud y un alto nivel de conciencia de su lugar en el esquema más amplio de las cosas. En lugar de infundir un miedo primario a un Dios enfadado, este uso mucho más complejo sugiere cómo debemos relacionarnos con la esencia incognoscible de Dios: con las emociones de asombro, respeto e inspiración:

¡Oh pueblo! Temed a Dios y no descreáis en Aquel Cuya gracia ha envuelto todas las cosas, Cuya misericordia se ha extendido por el mundo contingente, y la potencia soberana de Cuya Causa ha rodeado tanto vuestro ser interior como exterior, tanto vuestro principio como vuestro fin. Sed temerosos del Señor, y sed de los que obran rectamente. Bahá’u’lláh, El llamamiento del señor de las huestes.

Después de estudiar la frase «temor de Dios» a lo largo de las escrituras bahá’ís, empecé a desarrollar una comprensión completamente diferente del término. En lugar de reaccionar ante él desde el punto de vista temeroso de un niño, empecé a verlo desde otra perspectiva: una mezcla de reverencia, asombro y profunda deferencia hacia esa Esencia Incognoscible que nos creó a todos.

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