Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los bahá’ís ven a Dios de una forma única y poco tradicional.
Las enseñanzas bahá’ís describen a Dios como una esencia incognoscible, una Realidad Divina que va más allá que la comprensión o la descripción de la creación. Cuando tratamos de comprender a Dios, los escritos bahá’ís dicen, Dios siempre será un misterio impensable, ilimitado, eterno, inmortal e invisible. Una metáfora mística en los escritos bahá’ís comparan a Dios con un pintor y el mundo creado con una pintura:
Considera la relación entre el artesano y su obra, entre el pintor y su pintura. ¿Podría alguna vez sostenerse que la obra producida por sus manos es igual que ellos mismos? ¡Por Aquel que es el Señor del Trono de lo alto y de aquí en la tierra! No pueden interpretarse de ningún modo sino como pruebas que proclaman la excelencia y perfección de su autor. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, página 378
Lo que nos lleva a este enigma básico: Si Dios está más allá de nuestra comprensión, ¿cómo podemos buscar y encontrar la inspiración de Dios y sus energías vivificadoras? ‘Abdu’l-Bahá contesta esta pregunta crítica de esta forma:
Por ello podemos decir que debe haber un Mediador entre Dios y el ser humano, y ése no es otro que el Espíritu Santo, el cual pone en contacto a la creación terrenal con el «Inimaginable», la Realidad Divina.
La Realidad Divina puede ser comparada con el sol y el Espíritu Santo con los rayos del sol. Así como los rayos del sol traen la luz y el calor del sol a la tierra, dando vida a todos los seres creados, las «Manifestaciones» traen el poder del Espíritu Santo del Sol de la Realidad Divina para dar luz y vida a las almas de los seres humanos. – La sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, página 80
Este intermediario animador entre Dios y la humanidad a menudo llamado El Espíritu Santo en los escritos bahá’ís, transmite su irradiación vivificante a través de los Profetas, los Mensajeros, las Manifestaciones de Dios:
El Espíritu Santo es la luz del Sol de la Verdad que trae, por su infinito poder, vida e iluminación a toda la humanidad, inundando todas las almas con el Resplandor Divino, llevando las bendiciones de la Misericordia de Dios al mundo entero. La tierra, sin la mediación del calor y la luz de los rayos del sol, no recibiría ningún beneficio del sol.
De igual modo, el Espíritu Santo es la causa misma de la vida humana; sin el Espíritu Santo el ser humano no tendría intelecto y estaría incapacitado para adquirir conocimiento científico, por el que ha logrado su gran influencia sobre el resto de la creación. La iluminación del Espíritu Santo confiere al género humano el poder del pensamiento, y le capacita para descubrir el modo de doblegar a su voluntad las leyes de la naturaleza.
El Espíritu Santo es el que, a través de la mediación de los Profetas de Dios, nos enseña las virtudes espirituales y nos capacita para alcanzar la Vida Eterna.
Todas estas bendiciones le son otorgadas al ser humano por el Espíritu Santo; por lo que podemos entender que el Espíritu Santo es el intermediario entre el Creador y su creación. La luz y el calor del sol hacen que la tierra sea fértil, y crean vida en todo lo que crece; y el Espíritu Santo vivifica las almas de los seres humanos. – ’Abdu’l-Bahá, La sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, página 80-81
En el concepto bahá’í de la Revelación Progresiva, la unida y sistemática unicidad de todas las Manifestaciones de Dios, podemos ver cómo el poder del Espíritu Santo ha inspirado e iluminado repetidamente el mundo a través de los fundadores de las grandes religiones: Abraham, Moisés, Jesucristo, Krishna, Buda, Muhammad y ahora Bahá’u’lláh. Estos Mensajeros Divinos vinieron todos del mismo Dios y enseñaron las mismas verdades espirituales básicas. Ellos transmitieron un nuevo conocimiento, nueva inspiración y nuevo ímpetu para que la gente se amen entre sí. Y todos estos Mensajeros Divinos aparecieron para enseñaros cómo acceder a las realidades místicas, numinosas y espirituales de la vida. Así que las oraciones bahá’ís primarias y más sentidas piden que el poder del Espíritu Santo ilumine cada alma humana:
¡Oh amado de mi alma y mi corazón! No tengo amparo sino Tú. Al amanecer no hablo más que en Tu conmemoración y alabanza. Tu amor me envuelve y Tu gracia es perfecta. En Ti está mi esperanza.
Oh Dios, en todo instante dame nueva vida y confiéreme los hálitos del Espíritu Santo en todo momento, a fin de que permanezca constante en Tu amor, alcance gran felicidad, perciba la manifiesta luz y me halle en el estado de máxima tranquilidad y sumisión.
Verdaderamente, Tú eres el Dador, el Perdonador, el Compasivo. – ‘Abdu’l-Bahá, Oraciones Bahá’ís, página 52
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