Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La pregunta es aparentemente sencilla: ¿por qué creo en mi religión? – pero también es probablemente una de las preguntas más importantes que alguien puede hacerse. Si no soy capaz de responderla, ¿entonces por qué creo en ella?
La respuesta más común, hablando con franqueza, es que crecieron en su religión. Al igual que su nacionalidad, su bagaje cultural y su color de pelo, es algo heredado.
Aunque este tipo de herencia puede mantener la unidad familiar, tiene una implicación oculta: que la persona que responde a la pregunta no hubiera sido creyente durante la época del fundador de su fe, porque su familia procedería de una tradición más antigua.
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Esto nos lleva a otras preguntas más importantes: ¿Habría reconocido yo a Cristo, Buda o Muhammad cuando aparecieron por primera vez?
¿Mi creencia se basa en el mensaje espiritual real de esos grandes mensajeros, o es simplemente un legado de las tradiciones de mi familia transmitidas de generación en generación? ¿Creo sólo porque mis padres y abuelos creían? ¿Acepté ciegamente las tradiciones religiosas de mi familia sin examinarlas?
Una pregunta central sigue naturalmente a estas búsquedas del alma: «¿Cómo podemos reconocer a un mensajero de Dios?». En otras palabras, ¿qué criterios nos hubiesen permitido reconocer a los fundadores de nuestra Fe en vida?
Esta fue, esencialmente, la pregunta que le hizo a Bahá’u’lláh un tío del Báb, el mensajero divino que nos trajo la religión bábí y allanó el camino para el advenimiento de Bahá’u’lláh y la Fe bahá’í. Bahá’u’lláh respondió revelando un libro fundacional bahá’í conocido como El Libro de la Certeza.
En este libro seminal, Bahá’u’lláh escribió que «… todas las Escrituras y sus misterios están condensados en este breve relato».
Cuando nos fijamos en las preguntas que el tío del Bab escribió, vemos que las respuestas son bastante intrigantes. Una de las preguntas se refiere a por qué el Bab no mostró la soberanía que se suponía que debía mostrar el Prometido. Aunque la segunda parte del libro aborda la cuestión de la soberanía, Bahá’u’lláh replantea la pregunta como «¿Cómo mostró el Bab esta soberanía?».
Bahá’u’lláh comienza diciendo a su interrogador que el primer paso en cualquier búsqueda sincera es el desprendimiento –que debemos desprendernos de nuestra propia comprensión limitada de las cosas, pues si creemos que tenemos razón y que todo debe ajustarse a nuestra creencia, entonces no estamos abiertos al aprendizaje. Cuando es así, nuestra búsqueda ya ha terminado. Este tipo de desapego no significa olvidar lo que sabemos, sino reexaminar nuestra interpretación de lo que creemos.
Tan pronto como Bahá’u’lláh nos dice que seamos desprendidos, le pide al tío que «considere el pasado». Sabiendo que el tío es un musulmán devoto, Bahá’u’lláh reconoce a los mensajeros que él ya reconoce: Moisés, Cristo y Muhammad. Reitera las historias de estos grandes maestros, pero con un enfoque más preciso. Por ejemplo, al contar la historia de Noé, Bahá’u’lláh no menciona el diluvio ni el arca. En su lugar, describe los sufrimientos de ese profeta divino, diciendo: «… cuanto más de cerca observéis las negaciones de quienes se han opuesto a las Manifestaciones de los atributos divinos, más firme será vuestra fe en la Causa de Dios».
Al referirse a los mensajeros anteriores, Bahá’u’lláh llama nuestra atención sobre lo que tienen en común, pues esos puntos en común nos permiten reconocer al siguiente mensajero. Si observamos detenidamente las historias de los mensajeros en El Libro de la Certeza, podemos ver un arco familiar en ellas: todas comienzan con la admiración por el mensajero divino individual y luego pasan a sus sufrimientos, que culminan en su triunfo final. La parte triunfal de la historia difiere de un mensajero a otro, pero si nos centramos en esas diferencias, tendemos a perder de vista lo que tienen en común. Aquí, Bahá’u’lláh examina el comienzo de cada historia: cómo cada mensajero sagrado fue admirado y luego cómo sufrieron posteriormente.
En otras palabras, Bahá’u’lláh comienza la enseñanza del tío del Báb confirmando lo que ya sabía. Aunque no hay información nueva sobre sus vidas, se presenta bajo una luz asombrosamente nueva.
En estos importantes párrafos, Bahá’u’lláh también ofrece un método para que lo emulemos: Parece reconocer que hay algunos puntos, y algunas ideas, que pueden ser difíciles de aceptar. Comprende que hay algunas ideas presentadas que pueden suscitar un reflejo natural en nosotros, un reflejo de «tengo razón», tan natural como el reflejo de nuestra pierna cuando el médico nos golpea la rodilla con un martillo.
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Cada vez que Bahá’u’lláh hace esto en el libro, hace una pausa. Le dice al tío que «pondere», que «medite», que «reflexione ». En lugar de insistir, Bahá’u’lláh deja que este reflejo natural se produzca y se calme. ¿Qué podemos aprender de esto?
Cada vez que me tropiezo con una de estas palabras –ponderar, meditar, reflexionar– en El Libro de la Certeza, ahora hago una pausa y me pregunto sobre el punto que Bahá’u’lláh me está pidiendo que considere. ¿Cuál es la nueva y desafiante idea que Bahá’u’lláh presenta?
Del mismo modo, cuando hablo con mis amigos sobre la Fe bahá’í, o sobre cualquier tema en el que discrepamos, ahora me esfuerzo por hacer lo mismo. Sé, por ejemplo, que para algunos de mis amigos cristianos puede resultar bastante difícil escuchar que creer en Jesús no es suficiente: también tenemos que esforzarnos por aplicar las enseñanzas de Cristo en nuestra vida diaria. Sin embargo, cuando mis amigos cristianos se detienen a considerar esto, están de acuerdo con toda naturalidad. Su reflejo inicial de la importancia suprema del reconocimiento disminuye cuando piensan en cómo debe ir unido a la acción.
Cuando siento ese reflejo en mí, intento recordar que significa que me estoy encontrando con algo nuevo. Me cuesta que ese reflejo desaparezca, pero lo intento, porque significa que hay algo que puedo aprender.
Cuando nos preguntan por qué creemos lo que creemos, esta reacción es muy natural, porque la pregunta cuestiona nuestras creencias fundamentales. Pero cuando nos enfrentamos a esa pregunta y tratamos honestamente de responderla, estamos en el camino de fortalecer los cimientos de nuestra fe – y al igual que una torre, cuanto más fuertes son los cimientos, más alto podemos construir.
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