Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los antiguos egipcios creían que sus nombres eran un reflejo de sus almas, lo que dio lugar a la creencia de que un nombre podía tener un profundo efecto en el destino de una persona.
En este mundo, nombramos a todo y a todos. El nombre de un ser humano, más allá del simple reconocimiento de su existencia, tiene también un valor simbólico e incluso espiritual.
Los nombres más conocidos del mundo cuentan con legiones de seguidores: los mensajeros y profetas de Dios. A lo largo de la historia de la humanidad han existido cientos y quizás miles de esos mensajeros divinos, algunos cuyos nombres se han perdido con el paso del tiempo. En la actualidad, los más conocidos de esos mensajeros sagrados, Krishna, Abraham, Buda, Moisés, Zoroastro, Jesucristo, Muhammad y, más recientemente, Bahá’u’lláh, se han convertido en objeto de reverencia y devoción para la gran mayoría de los pueblos del planeta.
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Nos llaman la atención no solo por sus nombres, sino por los principios a los que se adhirieron y enseñaron, y sobre todo por sus palabras, ejemplos y acciones. En todos los casos, se negaron a quedar vinculados a las normas vigentes y promulgaron nuevas leyes para gobernar los asuntos humanos, basadas en la paz y la tranquilidad, la cooperación y el afecto mutuo. Sus enseñanzas y sus seguidores establecieron civilizaciones mundiales.
Sin embargo, debido a la desunión y principalmente a la desconfianza entre las religiones, la humanidad sigue dividida, en algunos lugares en campos armados, luchando, mutilando y matando a otros seres humanos por creencias e ideologías distorsionadas o corruptas o por el deseo de poder y autoridad, incluso en nombre de la religión. Las enseñanzas bahá’ís dicen que este conflicto y contención deben cesar:
…la religión debe conducir al amor y a la unidad entre la humanidad, pues si fuese la causa de enemistad y contienda, es preferible su ausencia.
Cada uno de los profetas y mensajeros, aquellos que los bahá’ís llaman las manifestaciones de Dios, deseaban la paz y la seguridad para toda la humanidad. Todos ellos enseñaron la existencia de un único Dios, incognoscible, el gran Creador del universo y de la creación. Dieron ejemplo de virtudes como la honestidad y el amor, la cortesía y la justicia. Sufrieron para que nosotros no sufriéramos, entregando sus vidas a Dios para demostrar la verdad de sus convicciones. Estos personajes santos y sus nombres, han sido pronunciados infinitas veces y alabados de innumerables maneras. Sus vidas, palabras y acciones legendarias llenan muchos libros, y los efectos de sus vidas y palabras en escritores y oradores llenan aún más libros, tablas, artículos, blogs, podcasts y sitios web.
Sus enseñanzas se replicaron y también se basaron en las de los demás, como la Regla de Oro. Jesucristo dijo, en Mateo 7:12: «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas». Muhammad proclamó: «Que ninguno de vosotros trate a su hermano de una manera que a él mismo le disguste ser tratado». Bahá’u’lláh escribió: Y si tus ojos están vueltos hacia la justicia, elige para tu prójimo aquello que elegirías para ti mismo.
Cada mensajero predijo la llegada de otro gran maestro después de ellos que cumpliría sus promesas, un proceso de ascenso y descenso de las dispensaciones religiosas llamado revelación progresiva en la fe bahá’í. Esta progresión ha creado un árbol genealógico de los nombres de los santos mensajeros, cada uno relacionado espiritualmente con los anteriores. En todas las sociedades conocidas de la Tierra, la humanidad se ha visto afectada por uno o más de estos maestros, porque reflejan los atributos divinos y conducen a las personas a una vida mejor.
Los seguidores de estas manifestaciones han hecho muchos actos buenos, aunque algunos han perpetrado conflictos, incluso torturas y asesinatos bajo el disfraz de la religión. Pero la verdadera religión significa creer en un Dios que solo quiere que vivamos en paz y felicidad.
No existe una lista definitiva, pero Bahá’u’lláh y Abdu’l-Bahá se refirieron a varios personajes como mensajeros sagrados o manifestaciones, incluyendo a Zoroastro, Krishna, Gautama Buda, todos los profetas judíos, Adán, Abraham, Noé, Moisés, Jesús, Muhammad, el Báb, y más recientemente Bahá’u’lláh. Así, las enseñanzas bahá’ís interpretan la historia religiosa como una serie de periodos o dispensaciones en las que cada manifestación aporta una revelación más amplia y avanzada, adecuada al tiempo y lugar en que se expresó.
¿Qué hay en uno de esos nombres? Abdu’l-Bahá lo describió así:
Las santas Manifestaciones de Dios vinieron a este mundo para disipar la oscuridad del animal o naturaleza física del hombre, para purificarlo de sus imperfecciones y que su naturaleza celestial y espiritual pueda ser vivificada, para que despierten sus cualidades divinas, sus perfecciones sean visibles, sus poderes potenciales revelados y puedan nacer todas las virtudes del mundo de la humanidad latentes en él.
Estas santas Manifestaciones de Dilos son los educadores e instructores del mundo de la existencia, los maestros del mundo de la humanidad. Ellos liberan al hombre de la oscuridad del mundo de la naturaleza, lo libran de la desesperación del error, de la ignorancia y las imperfecciones y de toda mala cualidad. Los visten con el ropaje de las perfecciones y las virtudes exaltadas.
Los hombres son ignorantes; las Manifestaciones de Dios los hacen sabios. Son como animales; las Manifestaciones los vuelven humanos. Son salvajes y crueles; las Manifestaciones los conducen al reino de luz y amor. Son injustos; las Manifestaciones hacen que se vuelvan justos. El hombre es egoísta; Ellos lo separan del ego y del deseo. El hombre es arrogante; Ellos lo hacen humilde, modesto y amigable. Es terrenal; Ellos lo hacen celestial. Los hombres son materialistas; las Manifestaciones los transforman en semblanza divina. Son niños inmaduros; las Manifestaciones los desarrollan hasta la madurez. El hombre es pobre; Ellos le dan riqueza. El hombre es vil, traicionero y despreciable; las Manifestaciones de Dios lo elevan en dignidad, nobleza y excelsitud.
Los nombres de las manifestaciones simbolizan llamamientos místicos, poderosos y sobrecogedores al amor, la acción y la devoción. En realidad, afirman las enseñanzas bahá’ís, esos nombres son uno solo. Cuando invocamos esos nombres, nos piden que vivamos en armonía y paz con los demás.
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