Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En septiembre de 1964, la Casa Universal de Justicia, la institución mundial elegida democráticamente que guía y gobierna las actividades bahá’ís en todo el mundo, estableció las normas mínimas para los individuos bahá’ís:
«No todos los creyentes pueden ofrecer charlas públicas, ni a todos se les insta a que sirvan en las instituciones administrativas», señaló la Casa de Justicia en su mensaje a los bahá’ís del mundo. «Pero todos pueden rezar, librar sus propias batallas espirituales y aportar al Fondo [bahá’í]».
La oración ha sido durante mucho tiempo el pilar de todas las religiones. Históricamente, constituye uno de los principales métodos que utilizan todos los creyentes para solicitar la ayuda divina con el fin de convertirse en seres humanos mejores y más humildes.
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Del mismo modo, las contribuciones monetarias son esenciales para el crecimiento y el éxito de cualquier movimiento, religioso o laico. Los bahá’ís no están obligados a donar dinero en apoyo de su religión, pero puesto que solo los bahá’ís pueden contribuir a la fe bahá’í, se les anima (pero nunca se les solicita u obliga) a hacer contribuciones voluntarias en cualquier cantidad que puedan permitirse y consideren apropiada.
Sin embargo, la admonición de que los bahá’ís deben «librar sus propias batallas espirituales» es nueva en la religión, y sin duda el más desafiante de los requisitos para ser miembro bahá’í.
Esta «batalla» se reduce al tipo de esfuerzo centrado y constante que todos los bahá’ís deben realizar en su vida diaria. El objetivo aquí es mejorar el carácter interior de cada uno y practicar el tipo de cualidades espirituales necesarias para ayudar a unificar a la humanidad y promover la madurez y el desarrollo en el mundo. Como escribió Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í:
Aquel que es el Incondicionado ya ha llegado, en las nubes de la luz, para vivificar todas las cosas creadas con las brisas de Su Nombre, el Más Misericordioso, unificar al mundo y reunir a todos los hombres alrededor de esta Mesa que ha sido enviada desde el cielo.
Sin embargo, en general, la mayoría de las personas de nuestro mundo actual no se comprometen a diario con el esfuerzo personal necesario para lograr esta desafiante tarea de librar constantemente sus propias batallas espirituales. La batalla nos obliga a salir de nuestra zona de confort, desafiándonos a hacer y ser mejores. Este tipo de esfuerzo nos lleva a hacer cosas en las que quizá seamos nuevos, aunque carezcamos de las habilidades y la experiencia necesarias para tener éxito.
Pero el valor del esfuerzo adicional se encuentra en el propio esfuerzo, que desarrolla nuevas habilidades y nos mejora. Según las enseñanzas bahá’ís, la mejor forma de descubrir ese valor inherente es a través de la práctica de la meditación y la reflexión diarias, de rendir cuentas de nuestros actos cada día:
Pon ante tus ojos la infalible Balanza de Dios, y como si estuvieras en Su Presencia, sopesa en esa Balanza tus acciones cada día, en cada momento de tu vida. Hazte un examen de conciencia antes de que seas llamado a rendir cuentas…
De todas las grandes religiones del mundo, la fe bahá’í es la que más exige a sus seguidores en términos de esfuerzo y compromiso personal diario. Los bahá’ís intentan practicar, aumentar y mejorar sus esfuerzos por encarnar atributos del carácter como la compasión, la honradez, la humildad, el servicio y el honor.
Estos valores personales son cruciales, no solo para el desarrollo espiritual individual, sino como requisitos previos para establecer la unidad de la humanidad, el objetivo primordial de la fe bahá’í y la razón de su existencia.
Tendemos a pensar en los logros de los movimientos religiosos en términos de la construcción de enormes e impresionantes catedrales o la reunión de millones de creyentes en el marco de una peregrinación especial para visitar santuarios sagrados; y estas cosas tienen su lugar, pues añaden valor a una experiencia espiritual colectiva. Pero no hay nada que defina y distinga mejor a una fe que la actuación diaria de sus miembros, que trabajan para personificar y ejemplificar sus enseñanzas sagradas.
Shoghi Effendi, el líder y Guardián de la fe bahá’í desde 1921 hasta 1957, se centró en esta realidad en un mensaje de 1923 cuando escribió que el triunfo de la fe bahá’í no puede lograrse a través de un crecimiento dramático o explosivo en el número de sus adherentes, ni del atractivo de sus principios sociales progresistas, y ni siquiera debido a la devoción y pasión de sus miembros: «Una cosa y sólo ella garantizará por sí e indefectiblemente el triunfo indudable de esta sagrada Causa», escribió el Guardián en una carta a la comunidad bahá’í mundial. «A saber, la medida en que nuestra propia vida interna y nuestro carácter privado reflejen en sus múltiples aspectos el esplendor de esos principios eternos proclamados por Bahá’u’lláh».
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