Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Desde que tengo uso de razón, desde que era niño, me ha fascinado la guerra. Tal vez eso venga de las películas que glorifican, romantizan y alaban a los soldados como héroes.
En esas películas, el protagonista suele ser un hombre con principios morales que acaba con el mal y muestra un gran valor ante un grave peligro.
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Sin embargo, Hollywood hace un excelente trabajo mostrando sólo una cara de la moneda. Todos sabemos que la verdadera realidad de la guerra dista mucho de lo que la humanidad podría aceptar como moral, humano o bueno. Si comprendiéramos la verdadera causalidad de la guerra, todos nos levantaríamos y exigiríamos a nuestros funcionarios electos que hicieran todo lo que estuviera en su mano para detener este ciclo sin sentido de violencia inhumana.
Antes de hacerme bahá’í, combatí en una guerra, así que cuando contemplo la guerra desde una perspectiva de primera mano, me quedo realmente perplejo ante lo animalescos y brutales que pueden llegar a ser los seres humanos. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, dijo lo siguiente sobre esas almas descarriadas:
… si las cualidades espirituales del alma, abiertas al hálito del Divino Espíritu, nunca se emplean, se atrofian, se debilitan y, finalmente, se inutilizan; mientras que si sólo se ejercitan las cualidades materiales del alma, éstas alcanzan un poder terrible, y ese individuo infeliz y extraviado se vuelve más salvaje, más injusto, más vil, más cruel, más malvado que los mismos animales inferiores. Estando sus aspiraciones y deseos fortalecidos por el lado más bajo de la naturaleza de su alma, se hace cada vez más brutal, hasta que todo su ser no es en modo alguno su – perior al de las bestias que perecen. Tales personas son las que planean hacer el mal, dañar y destruir; carecen en absoluto de espíritu de compasión Divina, pues la cualidad celestial del alma ha sido dominada por la material.
Yo viví esa realidad. Durante mi misión de combate en Irak, aprendí que el control está en manos del Creador y que la ilusión del control impide que la gente confíe en Dios. En lugar de permitir que la vida suceda en sus términos, decidimos intentar tomar el control, aunque la verdad es que lo único que podemos controlar es nuestro comportamiento y nuestra actitud. Nuestros actos y nuestras vidas son un reflejo de ambos.
Sé que tomar vidas y posesiones por la fuerza no es una verdad, del mismo modo que sé que decir una mentira no es una verdad. Sé que el mal es el mal y el bien es el bien. Créeme: matar es el puro mal y amar es el puro bien. La facultad común de la razón nos permite unir estas verdades en una verdad aceptada y universal: que la guerra es puro mal y que quienes luchan en guerras crean su propio infierno. El infierno es la ausencia de vida, un lugar donde la gente lucha y mata para obtener un beneficio material.
La guerra no perdona ninguna vida; incluso niños y animales inocentes sufren. La guerra destruye el medio ambiente, y todas las vibraciones de odio que produce se propagan por el mundo, sacudiendo la vida hasta sus cimientos. Cuán inútiles son los intentos de los hombres por apoderarse de lo que nunca podrá ser suyo. Luchan día y noche por un pedazo de tierra, una mera parcela de tierra. Sin saberlo, luchan sólo por sus propias tumbas. Crean la falsa ilusión de que todos a su alrededor son sus enemigos, de que todos quieren matarlos. Deciden que matando primero a los demás se asegurarán su lugar en esta Tierra.
Thomas Merton, un gran filósofo moderno, resumió la esencia de la guerra:
En la raíz de toda guerra está el miedo: no tanto el miedo que los hombres se tienen unos a otros sino más bien el miedo que tienen a todo. No es sólo que no confíen los unos en los otros, sino que ni siquiera confían en sí mismos. Si no saben con certeza cuándo otro puede darse la vuelta y matarlos, menos aún saben cuándo pueden darse la vuelta y matarse a sí mismos. No pueden confiar en nada porque han dejado de creer en Dios. No es sólo nuestro odio a los demás lo que es peligroso, sino también y sobre todo nuestro odio a nosotros mismos: en particular ese odio a nosotros mismos que es demasiado profundo y demasiado poderoso para ser afrontado conscientemente. Pues es éste el que nos hace ver nuestra propia maldad en los demás e incapaces de verla en nosotros mismos.
Las enseñanzas bahá’ís ofrecen a la humanidad una visión profunda de las consecuencias inevitables de la guerra y el conflicto. Abdu’l- Bahá escribió:
… la guerra es destrucción, mientras que la paz universal es construcción; la guerra es muerte, mientras que la paz es vida; la guerra es rapacidad y sed de sangre, mientras que la paz es benefi cencia y compasión; la guerra pertenece al mundo de la naturaleza, mientras que la paz es el fundamento de la religión de Dios; la guerra es oscuridad de oscuridades, mientras que la paz es luz celestial; la guerra es el destructor del edifi cio del género humano, mientras que la paz es la vida sempiterna del mundo de la humanidad; la guerra es como un lobo voraz, mientras que la paz es como los ángeles del cielo; la guerra es la lucha por la existencia, en tanto que la paz es ayuda mutua y cooperación entre los pueblos del mundo…
Bahá’u’lláh recalcó que la guerra es una manifestación de la incapacidad de la humanidad para reconocer la unidad y la santidad de la vida.
La capacidad de los hombres para elegir la guerra proviene del grave malentendido de que este mundo y esta vida les pertenecen únicamente a ellos. Los líderes de las naciones y los ejércitos traman formas de apoderarse de lo que no es suyo e inventan dispositivos de crueldad que provocan dolor y sufrimiento a los demás. Esto está impulsado por un ego y un orgullo insistentes que crean fantasías de dominación y conquista desconectadas de la realidad.
En la guerra, el único resultado es el sufrimiento y la muerte. No hay paz al final de una guerra. La idea de que el objetivo final de la guerra es la paz pasa por alto el hecho de que la paz ya existe, y que la guerra es un producto de nuestros deseos egoístas.
Los bahá’ís creen, sin embargo, que la humanidad puede tener y tendrá paz. Una paz mundial duradera, dicen las enseñanzas bahá’ís, no sólo es posible sino, en última instancia, inevitable. Bahá’u’lláh dijo que:
…estas guerras devastadoras pasarán, y la ‘Más Grande Paz’ vendrá… Estas luchas, discordias y este derramamiento de sangre deben cesar, y todos los hombres deben ser como parientes, como una sola familia. – El día prometido ha llegado, p. 108.
Esto sugiere que la paz es un estado al que la humanidad debe aspirar, más que una consecuencia de la guerra.
Entonces, ¿por qué luchamos? La respuesta es sencilla: la gente lucha para conquistar o para defender. Algunos se ven coaccionados a la guerra por la fantasía de luchar contra el mal o el salvajismo de otros, o algunos por la gula de un solo hombre. Al final, las personas nunca pueden encontrar el equilibrio dentro de sí mismas ni entenderse matándose unas a otras. En lugar de comunicarse, optan por matar lo que perciben como una amenaza. Esto crea la ilusión de que los demás no piensan como ellos, lo que les lleva a actuar primero para asegurar su supervivencia. Esto no es sólo locura, sino un profundo fracaso a la hora de comprender nuestro verdadero propósito.
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Pero me consuela lo que dijo Abdu’l-Bahá en la revista bahá’í Star of the West cuando se refirió al destino de los jóvenes soldados caídos en la guerra:
Dios trata a estas personas con Su misericordia, no con Su justicia, ya que Dios está en contra de la guerra. Puesto que muchos no querían la guerra, sino que se vieron obligados a ir al campo de batalla por la fuerza de las circunstancias, Dios tiene misericordia, puesto que sufrieron mucho y perdieron la vida. Merecen el perdón de Dios y serán recompensados. – [Traducción provisional]
Las enseñanzas bahá’ís nos aseguran que no fuimos creados para luchar en las guerras, sino para contribuir al avance de una civilización en constante progreso. Luchamos porque hemos perdido nuestro camino, nos encontramos en un bosque oscuro, hemos perdido el camino recto. Cuando matamos o permitimos ciegamente que continúen las guerras y las matanzas, hemos perdido la conexión con nosotros mismos y con los demás. Luchamos porque no sabemos dónde encontrar la verdad, desorientados por quienes dicen poseerla.
Como dijo una vez mi hijo Julius: «Papá, los que dicen estar más despiertos suelen ser los que duermen más profundamente». Esta adhesión ciega a las tradiciones, dogmas y fantasías de la guerra ha creado un ciclo ineludible de odio y maldad. Las enseñanzas espirituales de Bahá’u’lláh de unidad, justicia y paz han venido a detener ese ciclo.
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