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Religión

¿Qué habría hecho Cristo en la situación de Muhammad?

Tom Tai-Seale | Jul 30, 2022

PARTE 22 IN SERIES Un plan ancestral desplegándose

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Tom Tai-Seale | Jul 30, 2022

PARTE 22 IN SERIES Un plan ancestral desplegándose

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Si los ejércitos romanos hubieran atacado a los primeros cristianos, empeñados en destruirlos a todos, ¿qué habría hecho Cristo? ¿Habría «puesto la otra mejilla» o defendido a su inocente rebaño?

Las enseñanzas bahá’ís tienen una respuesta fascinante a este escenario. Abdu’l-Bahá planteó esta importante cuestión en su libro «Contestaciones a unas preguntas», y llegó a una conclusión fascinante:

Si Cristo mismo se hubiese encontrado en tales circunstancias, entre semejantes tribus tiránicas y bárbaras, si durante trece años hubiese soportado pacientemente junto con sus discípulos todas esas pruebas, viéndose finalmente obligado a huir de su tierra natal; si a pesar de ello, esas tribus forajidas hubiesen continuado persiguiéndole, matando a los hombres, capturando a sus mujeres e hijos ¿cuál hubiera sido el proceder de Cristo frente a ellos?

RELACIONADO: ¿Jesús predijo a Muhammad?

Por supuesto, aquí Abdu’l-Bahá está aludiendo a la persecución y la guerra genocida a la que se enfrentó no Cristo, sino Muhammad. Para aquellos que consideran el islam una «religión violenta», las enseñanzas bahá’ís preguntan «¿Qué habría hecho Cristo?» en la situación de Muhammad. En respuesta, Abdu’l-Bahá dijo:

De haberse visto hostigado sólo Él [Cristo], les habría perdonado; pero de haber visto la resolución con que unos crueles y sanguinarios asesinos estaban dispuestos a matar, saquear y deshonrar a los oprimidos, y a tomar cautivos a sus niños y mujeres, a buen seguro habría protegido a éstos y presentado resistencia contra los tiranos.

¿Qué objeción entonces cabe planteársele a la conducta de Muhammad? …  En circunstancias similares, es indudable que Cristo, con poder conquistador, habría salvado a los hombres, mujeres y niños de esos sanguinarios lobos.

Solo tenemos que recordar la conquista judía de Canaán, donde la Biblia informa que en Heshbon los judíos lucharon contra los amorreos y después de la batalla, Moisés informó en Deuteronomio 2:34 que los guerreros judíos: «destruyeron por completo a los hombres, a las mujeres y a los niños de todas las ciudades, y no dejamos ninguno en pie». Este es el mismo Dios que envió a Muhammad a luchar contra los adoradores de ídolos de La Meca que querían aniquilar el Islam, pero esta vez la retribución fue más limitada: las mujeres y los niños generalmente se salvaron de los ataques musulmanes.

¿Pueden pueblos o países enteros poner la otra mejilla?

Para empezar: No hay ningún consejo de Jesús que diga que los gobernantes de las comunidades de fe deben poner la otra mejilla mientras sus enemigos intentan erradicar sus comunidades. Esa regla solo se aplica a los individuos afrentados. Ningún gobernante cristiano ha permitido jamás que su pueblo sea el forraje del agresor; ni debería hacerlo. Más bien, los gobernantes cristianos, como todos los gobernantes, tienen el deber de proteger a quienes están bajo su cuidado. 

Hoy en día, en Ucrania, estamos viendo este escenario exacto.

Esto es precisamente lo que hizo Muhammad. En Arabia realizó ataques preventivos contra los habitantes de La Meca para proteger a su comunidad contra los próximos ataques de un enemigo mucho más poderoso e implacable. Esto debería sonarnos familiar, pero no nos da licencia para aplicar una intervención violenta a discreción. Cuando no hay un profeta que nos guíe, la consideración de la violencia debe ser el último recurso y debe considerarse a la luz de los argumentos morales.

Las enseñanzas bahá’ís también nos ofrecen una respuesta a esta desconcertante cuestión moderna. Bahá’u’lláh hizo un llamamiento para el establecimiento de una mancomunidad mundial, destinada a crear un parlamento mundial elegido democráticamente y facultado para detener todas las guerras:

La unidad de la raza humana, tal como es concebida por Bahá’u’lláh, implica el establecimiento de una mancomunidad mundial en la que todas las naciones, razas, creencias y clases estén estrecha y permanentemente unidas, y en la que la autonomía de sus Estados miembros y la libertad personal y la iniciativa de los individuos que la componen estén definitiva y completamente resguardadas. Esa mancomunidad, en la medida en que podemos visualizarla, debe estar constituida por un cuerpo legislativo mundial cuyos miembros, en calidad de representantes de toda la humanidad, controlarán en última instancia la totalidad de los recursos de todas las naciones integrantes, y promulgarán las leyes que fueren requeridas para reglamentar la vida, satisfacer las necesidades y ajustar las relaciones de todas las razas y pueblos. Un poder ejecutivo mundial, respaldado por una fuerza internacional, llevará a cabo las decisiones a que haya llegado ese cuerpo legislativo mundial, y aplicará las leyes dictadas por éste, y protegerá la unidad orgánica de toda la mancomunidad. Un tribunal mundial fallará y formulará su veredicto obligatorio y final en todas las disputas que surjan entre los diversos elementos constituyentes de este sistema universal.

Esta notable descripción procede de «El orden mundial de Bahá’u’lláh», el libro de Shoghi Effendi de 1938 en el que se esboza la visión bahá’í de un futuro planeta pacífico. En él, el Guardián de la Fe bahá’í expone minuciosamente la arquitectura y la evolución de una humanidad unida, prevista por Bahá’u’lláh para acabar finalmente con la violencia del pasado.

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