Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los seres humanos somos creadores de sentido. Desde el momento del nacimiento hasta la hora de la muerte, la vida se desarrolla dentro de nuestro deseo innato de dar sentido a las cosas.
Las preguntas sobre el significado anclan el surgimiento dinámico de nuestras mentes, ya que continuamente, consciente o inconscientemente, nos preguntamos «¿Qué está pasando? ¿Qué ocurre? ¿Qué significa esto?
Las investigaciones más recientes sobre el desarrollo infantil demuestran fehacientemente que la búsqueda de sentido es el proceso fundamental que subyace a todas las capacidades cognitivas: el pensamiento, el razonamiento, la resolución de problemas y, por supuesto, la comunicación.
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Esto puede resultar obvio. Pero lo que es menos obvio, quizá incluso sorprendente, es que la creación de significado es fundamentalmente interpersonal. Lo hacemos junto con otros. No es algo que podamos hacer solos.
El doctor Ed Tronick es un conocido psicólogo clínico y del desarrollo, y director de la Unidad de Desarrollo Infantil de la Universidad de Massachusetts. Lleva décadas estudiando a los bebés que interactúan con sus cuidadores y es el inventor del diseño experimental de la «cara inmóvil» que se ha utilizado para medir cómo afecta a los niños la depresión de los cuidadores. (Respuesta: mucho, y no en el buen sentido).
En su artículo «¿Por qué es tan importante la conexión con los demás? La formación de los estados de conciencia diádicos y la expansión de los estados de conciencia individuales», Tronick se pregunta: “¿Por qué los niños, y de hecho todas las personas, buscan con tanta intensidad los estados de conexión interpersonal, y por qué la incapacidad de lograr esa conexión causa tanto daño a su salud mental y física?”.
Tronick observa, en varios estudios sobre bebés que interactúan con sus madres, lo siguiente:
… cuando se establece la conexión con otra persona, hay una experiencia de crecimiento y exuberancia, una sensación de continuidad y un sentimiento de estar en sintonía, junto con la sensación de conocer el sentido del mundo del otro. Con la desconexión hay una experiencia de encogimiento, una pérdida de continuidad, una falta de sentido del otro. Sentirse desconectado es doloroso, y en los casos extremos puede haber sentimientos aterradores de aniquilación…
El autor se pregunta: «¿Por qué la conexión tiene un efecto tan profundo en el cuerpo, el cerebro, el comportamiento y la experiencia inmediata y a lo largo del tiempo? ¿Qué entendemos por conexión? ¿Qué es estar conectado y cómo se establece una conexión?».
El tipo de conexión al que se refiere Tronick también se conoce como «interacción en segunda persona»: momentos de estar junto a otra persona en los que cada uno de los participantes está emocionalmente comprometido con una atención directa, cara a cara y con la intención de estar «en sintonía». Lo que se conecta son las mentes de las dos personas que interactúan. Sí, las mentes se forman en estas interacciones. Se expanden y también ganan coherencia, dice Tronick.
Piensa en una madre jugando al escondite con su hija. O piensa en tomar un té con tu mejor amigo. O piensa en ir de pesca con tu hijo (no cuando están mirando a los peces, sino el uno al otro). Momentos de intimidad, podríamos llamar a estas interacciones, momentos en los que nuestras dos mentes se enlazan en lo que Tronick llama «Estados Diádicos de Conciencia». Es un nombre elegante, pero se trata de una experiencia sencilla.
Estos momentos de conexión son comunes, tan comunes que los científicos cognitivos suelen pasar por alto su gran importancia, ya que históricamente han equiparado la conciencia únicamente con el pensamiento, la identidad individual, la manipulación de objetos y la capacidad de formar representaciones mentales. Las breves experiencias «en el momento» de intersubjetividad se ignoraron en gran medida mientras los científicos estudiaban el desarrollo de la mente aislando a los individuos y observándolos a distancia, quizá incluso desde la ventana de un laboratorio. Ahora sabemos, dicho en lenguaje común, que «no se puede llegar allí desde aquí».
En lugar de un entorno de laboratorio, Tronick estudió grabaciones de vídeo de bebés y madres en interacciones en tiempo real. Pudo comprobar que estas experiencias son mutuas y afectan a ambos participantes de forma poderosa. Durante estos estados de interacción, según Tronick, ambas mentes hacen dos cosas a la vez: se «expanden» al obtener nueva información la una de la otra y adquieren mayor «coherencia» al compartir el flujo de energía entre ellas. A este proceso lo denomina Estados Diádicos de Conciencia.
Veámoslo en detalle, porque merece la pena señalar que no siempre que nos juntamos con otra persona se crea este tipo de experiencia unificada. Si empujamos e ignoramos a un pasajero que viaja con nosotros en el metro, eso no es un estado diádico de conciencia, como tampoco lo es sentarse al lado de alguien mientras ambos miramos el móvil o vemos la televisión.
Aquí la clave es la atención, y la intención de conectar de verdad con la otra persona. Tronick afirma que cada participante percibe y procesa, a menudo inconscientemente, los movimientos, las expresiones faciales, la inflexión de la voz y las emociones del otro, así como los propios pensamientos y sentimientos a medida que se desarrolla la interacción. Se produce un ajuste mutuo cuando una u otra persona se da cuenta de la mirada de aprobación, la mirada de desaprobación, la ceja levantada interrogante o la expresión de compasión, comprensión y amabilidad.
Las dos dinámicas palabras de Tronick «expandir y cohesionar» han estado resonando en mi mente desde que las leí hace unas semanas. Parecen explicar muchas cosas sobre el desarrollo humano.
Tan preocupada he estado con estos conceptos que ayer invité a una amiga íntima a tomar un café y tener un momento para «expandirnos y cohesionarnos juntas». Conociendo mi obsesión por la lectura, mi amiga, imperturbable, me contestó riendo: «Veo que has vuelto a ir a la biblioteca. ¿De qué narices estás hablando?».
Mientras tomábamos café, le expliqué mi entusiasmo por un nuevo nivel de comprensión de los conceptos de expansión y coherencia de Tronick y cómo se relacionan con una frase común en los escritos bahá’ís, quizá LA frase más común: «unidad en la diversidad». En palabras de Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í: «Que no quede ninguna duda sobre el propósito que anima a la Ley universal de Bahá’u’lláh. …. Su consigna es la unidad en diversidad…».
Le dije a mi amiga que siempre había pensado en este concepto en términos de la unidad de la humanidad en su conjunto, un concepto que alude a la unidad fundamental de naciones, religiones y culturas. Por ejemplo, Abdu’l- Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, puso el ejemplo de las flores de un jardín cuando dijo: “Considera las flores de un jardín: aunque son diferentes en tipo, color, forma y aspecto… esta diversidad aumenta su encanto y realza su belleza”.
Como le expliqué a mi amiga, Tronick demuestra que la unidad en la diversidad puede ser menos «macro» y mucho más «micro», tanto a nivel individual como global.
Este tipo de conexión humana profunda -una experiencia de «unión de mentes» potencialmente posible con cualquier ser humano en cualquier momento– significa que los demás están dispuestos a formar esa intención y a dedicar el tiempo y la atención necesarios para hacerla realidad. Estamos hablando de una expansión de conciencia que resulta de lo que la literatura bahá’í denomina «reunirse». Refiriéndose a un encuentro entre personas de diferentes razas, Abdu’l- Bahá dijo: “Espero que esta unión y armonía alcance tal grado que no queden distinciones entre ellos, y deben estar juntos en el más completo amor y armonía”.
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Le dije a mi amiga que cuanto más observaba el trabajo de Tronick, más veía la resonancia entre estas ideas y la frase «atracción cohesiva» a la que se hace referencia en los escritos bahá’ís como beneficiosa y conducente a «resultados fructíferos». Abdu’l-Bahá hablaba de estos principios operando incluso a nivel atómico:
… considera el fenómeno de la composición y la descomposición, de la existencia y la no existencia. Toda cosa creada en el mundo contingente está formada por muchos y variados átomos, y su existencia depende de la composición de éstos. En otras palabras, por el divino poder creador tiene lugar una conjunción de elementos simples, de modo que de esta composición se produce un organismo diferenciado. La existencia de todas las cosas se basa en este principio. Pero cuando el orden es trastornado, se produce la descomposición y comienza la desintegración, y entonces la cosa en cuestión cesa de existir. Es decir, la aniquilación de todas las cosas es causada por la descomposición y la desintegración. Por tanto, la atracción y la composición entre los diversos elementos es el medio para la vida, y la discordia, la descomposición y la división producen la muerte. Así, las fuerzas de cohesión y atracción en todas las cosas conducen a la aparición de resultados y efectos fructíferos, mientras que el distanciamiento y el alejamiento de las cosas conducen a la perturbación y a la aniquilación. Por la afi nidad y la atracción llegan a existir todas las cosas vivientes, como las plantas, los animales y el hombre, en tanto que la división y la discordia acarrean descomposición y destrucción.
En consecuencia, aquello que conduce a la asociación, la atracción y la unidad entre los hij os de los hombres es el medio para la vida del mundo de la humanidad, y todo lo que causa división, repulsión y lejanía lleva a la muerte del género humano.
El café de mi amiga tuvo que ser recargado tres veces antes de que finalmente decidiéramos poner fin a nuestra sesión de «expansión» y «coherencia». Nos reímos al despedirnos, sabiendo que ambas seguiríamos pensando en nuestra conversación durante muchos días. Las dos sabíamos que habíamos experimentado aquello de lo que hablaba Tronick porque lo habíamos vivido, sentido y no podíamos esperar a repetirlo.
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