Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Hoy en día, podemos sentir las presiones de los conflictos que estallan desde todas las direcciones. ¿Cómo podemos evitar que las fuerzas de la corrupción, la injusticia y la desunión desmoronen nuestra democracia?
Aunque en los escritos bahá’ís se reconoce que la democracia no es necesariamente un sistema ideal, se la elogia mucho como sistema de gobierno, diciendo:
Bajo un gobierno autocrático las opiniones de los hombres no son libres y el desarrollo es reprimido, en tanto que en la democracia, debido a que la palabra y el pensamiento no están restringidos, se ve mayor progreso.
También dicen que esa democracia “será capaz de realizarla, y la bandera de la armonía internacional será desplegada”.
Durante años, no participé en las elecciones. Mirando hacia atrás, no seguía los asuntos cívicos con seriedad. Además, la apatía puede haber influido en el incumplimiento de mi deber cívico. Vivo en Canadá y, en la última década, he prestado mucha atención a las políticas y a la dirección en la que me gustaría que avanzara el país. Teniendo en cuenta el principio bahá’í de examinar el carácter de un candidato y no considerar la política partidista, ahora participo en las elecciones nacionales, provinciales y municipales.
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La democracia como sistema de gobierno apareció por primera vez en el siglo V a.C. para designar los sistemas políticos que existían entonces en las ciudades-estado griegas, especialmente en Atenas, para significar el «gobierno del pueblo» en contraste con el gobierno de la aristocracia. Se extendió después de la Segunda Guerra Mundial. En 1950, sólo había un puñado de países democráticos, pero en 2007 había 123 democracias electorales. Aunque la democracia liberal comenzó en los países occidentales, se está extendiendo por todo el mundo. La democracia está ahora profundamente arraigada tanto en Mauricio, donde nací, como en Canadá, donde vivo.
Hoy en día, las elecciones justas y libres se han convertido en la base de la vida moderna, hasta el punto de que a menudo las damos por sentadas. Aunque nuestras democracias distan mucho de ser perfectas, y la injusticia y la corrupción siguen prevaleciendo en muchos sistemas electorales, hay un mayor interés en que los ciudadanos participen activamente en la toma de decisiones para su país, en la protección de los derechos humanos y en que esos derechos sean iguales para todos.
Pero la democracia sólo prospera con el buen funcionamiento de las instituciones, tales como el sistema judicial, la policía y los derechos humanos, como la libertad de expresión, la igualdad racial y de género, la libertad de religión, el matrimonio, la educación, etc. Estos edificios de la modernidad son cruciales y su importancia no puede subestimarse. Los activistas sociales de todo el mundo han dedicado sus vidas y recursos a preservar la integridad de estos pilares.
Las alarmas se disparan cuando los políticos intentan destruir estas instituciones para ganar o mantener su propio poder. Algunos declaran la guerra a los males de la sociedad prometiendo proteger los derechos de los trabajadores, gravar a las empresas, reforzar la seguridad o ayudar a los pobres, pero a menudo, después de suscitar la simpatía de la mayoría, se producen abusos. Según Freedom House, «a partir de 2005, ha habido once años consecutivos en los que la disminución de los derechos políticos y las libertades civiles en todo el mundo ha superado a las mejoras, ya que las fuerzas políticas populistas y nacionalistas han ganado terreno en todas partes».
Hay que reconocer que las instituciones por sí solas no pueden construir democracias. Los valores fuertes arraigados en la conciencia de la gente hacen que la verdadera democracia se haga realidad.
Lo que guardará la integridad de estas instituciones son los valores consagrados en las constituciones de cada país. La constitución de cada país es una configuración única que refleja su propio sabor nacional, histórico y cultural. Pero, en general, los habitantes de cada país tienen valores y deseos comunes para ellos y sus familias.
El éxito de la modernidad requiere ciertas mentalidades, como el respeto por el estado de derecho y los procesos institucionales. Bahá’u’lláh, el fundador y profeta de la fe bahá’í, redactó los estatutos de muchas instituciones administrativas que Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í, describió como «instituciones necesarias que son lo único que puede resguardar la integridad y la unidad de Su Fe».
Bahá’u’lláh ordenó que los miembros fueran elegidos democráticamente para estas instituciones, y estableció muchas reglas y directrices estrictas sobre cómo deben servir a los asuntos de la comunidad. De este modo, la comunidad en general puede llegar a confiar y depender de sus instituciones para proteger sus intereses, sabiendo que las instituciones están dirigidas por valores espirituales. Entonces, dijo, la gente debe comportarse con estas instituciones «lealtad, honestidad y veracidad».
Cuando se establece la confianza en las autoridades, se respetan los resultados, ya sean electorales o judiciales, y todo el mundo acata las decisiones aunque una parte de la población no esté de acuerdo. Este tipo de respeto muestra la madurez de un país. Mientras que antes las disputas por el poder habrían desembocado en una guerra sangrienta y prolongada, estamos empezando a encontrar formas de resolver los conflictos. Aunque todavía está lejos de ser perfecto, es un signo de una nueva conciencia.
La fe bahá’í hace hincapié en que el buen funcionamiento de las instituciones, ya sea a nivel local o mundial, es esencial para lograr nuestro glorioso futuro colectivo. Los escritos bahá’ís afirman que:
La humanidad debe continuar en el estado de camaradería y amor, emulando las instituciones de Dios y apartándose de las insinuaciones satánicas, pues los dones divinos producen unidad y armonía, en tanto que los impulsos satánicos inducen al odio y a la guerra.
Aunque los bahá’ís no creen en un demonio físico, estos «impulsos satánicos» se refieren a los deseos egoístas y oportunistas de la gente, que a menudo conducen al sufrimiento de los demás.
Para hacer mi parte en la salvación del mundo de los oportunistas y defender el ideal de Bahá’u’lláh de «lealtad, honestidad y veracidad», hice dos cosas: Maté mi propia apatía y voté al candidato que creía que era el más adecuado para el cargo. En los últimos cinco años, he votado en todas las elecciones municipales, provinciales y federales. No pertenezco a ningún partido político; no voto a los candidatos en función de sus partidos políticos, sino de su carácter.
Cuando se trata de la unidad de la humanidad, es esencial construir las instituciones adecuadas. La inclusión, la armonía, la justicia y la prosperidad envolverán al mundo lenta pero inevitablemente.
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