Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Sin duda, parte de la experiencia humana proviene de nuestra naturaleza animal, pero ¿es eso todo lo que somos? ¿Tenemos también una naturaleza espiritual?
Las enseñanzas bahá’ís describen claramente cualidades humanas que no tienen los animales:
El animal no tiene ideación, es decir, es cautivo del mundo natural y no está en contacto con lo que yace dentro y fuera de la naturaleza. No tiene sentimientos espirituales, está privado de las atracciones de la conciencia, inconsciente del mundo de Dios e incapaz de desviarse de las leyes de la naturaleza. Es diferente con el hombre. El hombre posee las emanaciones de la conciencia, tiene percepción, ideación y es capaz de descubrir los misterios del universo. – Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal.
Ningún animal puede escribir un poema. Ningún animal puede conceptualizar este mundo como un globo que orbita alrededor del sol. Ningún animal puede imaginar el futuro y luego hacer algo para que ese futuro imaginado ocurra. Estos atributos emanan de nuestra inteligencia humana única, pero no pueden ser definidos por la inteligencia exclusivamente. En cambio, el atributo complementario de la inteligencia, el libre albedrío, ayuda a distinguirnos del animal.
En contra del punto de vista deshumanizado de que estamos atrapados en nuestro comportamiento, los humanos se definen totalmente por el libre albedrío, por la elección. Al no tener el alto nivel de instinto que tiene el animal, hemos sobrevivido pensando y eligiendo. Tenemos la capacidad de tomar decisiones, de establecer un curso de acción y llevarlo a cabo o, si algo no funciona, podemos «cambiar de opinión». ¡Piensa en eso! (Lo harás, porque puedes). Esa capacidad representa el milagro que casi nunca reconocemos.
¿No es esto de lo que tratan esencialmente todas las enseñanzas de la Biblia, y, de hecho, las narraciones de todas las religiones? ¿No son el libre albedrío y la elección la esencia de la experiencia humana? La libertad que se encuentra en la elección de rechazar la religión y/o la tradición, y, en demasiados casos, la ética y la moral, no demuestra que los humanos sean animales, o que sigamos patrones de comportamiento fijos e inmutables. Por el contrario, esas elecciones representan una actividad exclusivamente humana: la elección consciente y autónoma entre una acción u otra. En el caso del sistema de creencias descrito anteriormente, se ha hecho una elección cínica: ser egoísta.
Las enseñanzas bahá’ís enfatizan un principio intelectual y espiritual vital con respecto a esta cuestión de la voluntad y el libre albedrío. La investigación independiente de la verdad:
Dios no desea que el hombre imite ciegamente a sus padreas y antepasados. Lo ha dotado con una mente o facultad de razonamiento y con ella ha de investigar y descubrir la verdad, y lo que encuentre real y verdadero debe aceptarlo. No debe ser un imitador o ciego seguidor de ninguna alma. No debe confiar en la opinión de ningún hombre sin cuestionar previamente. No. Cada alma debe buscar de modo inteligente e independiente para llegar a la conclusión real, obligado sólo por esa realidad. – Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal.
Desde la perspectiva bahá’í, todo el mundo tiene el privilegio y la responsabilidad de investigar la realidad lo mejor que pueda, y luego basar sus creencias en lo que ha aprendido. Sin embargo, en la mayoría de los casos la gente no investiga mucho de forma independiente, sino que simplemente hereda o toma prestadas las creencias de otras personas o tradiciones. En ese sentido, nuestros pensamientos provienen de creencias prestadas y no de nuestras propias investigaciones. Eso significa que lo que creemos se convierte en nuestra realidad, pero no en una realidad auténtica.
Así que, si uno elige creer que el mundo es una selva, entonces lo es. Si otros también lo hacen, entonces sí, se convierten en enemigos mutuos en esa jungla debido a su creencia compartida de un mundo de «todos contra todos». Estas creencias se convierten entonces en una profecía autocumplida.
La elección también ocurre en el altruismo, con literalmente millones de ejemplos de humanos que trascienden sus necesidades básicas para servir a las necesidades de otros. Creamos hospitales para cuidar y curar a los enfermos; creamos escuelas para mejorar las vidas y las mentes de los demás; formamos miles de organizaciones benéficas; construimos casas para otros; acogemos a refugiados, inmigrantes, huérfanos. Salvamos árboles milenarios y delfines encallados. Incluso corregimos los errores que cometemos, por ejemplo, con inventos que limpian el plástico de los océanos que hemos contaminado. Mantenemos a los ancianos. Creamos arte, y en millones de ocasiones hacemos las paces entre nosotros en nuestras interacciones diarias. Los seres humanos elegimos hacer el bien a los demás un número inagotable de veces cada día.
Quizá la prueba más significativa de todas, de que somos libres de elegir y no estamos atados a la insistencia animal, es el hecho de que ha habido seres humanos que han estado dispuestos a sacrificar la vida misma para defender un principio o una creencia. Solo los humanos pueden tomar la decisión de que un principio moral tiene tanta importancia que merece la pena sacrificar la propia vida para defenderlo. Este potencial de abnegación puede constituir la prueba definitiva de que no somos simples animales.
Piénsalo por un momento: innumerables seres humanos sacrifican sus vidas por ideales; los soldados mueren luchando contra la tiranía; los periodistas arriesgan sus vidas en la paz y en la guerra para obtener la verdad; todos los días la gente buena se dedica al servicio de los demás haciendo su trabajo, incluso sabiendo que no se les paga nada justo. Los bomberos corren hacia torres en llamas para no volver, los investigadores dedican su vida a encontrar curas, las madres pobres tejen telas hasta que les sangran los dedos para que sus hijos puedan ir a la escuela. Una mujer se sentó en la parte delantera de un autobús segregado y fue a la cárcel para exigir la igualdad de su raza, y muchas mujeres se sitúan en primera línea de las marchas para exigir derechos para todas las mujeres. La lista es interminable de personas que toman la decisión de vivir más allá del simple interés personal.
Volvamos entonces a la cuestión de por qué no hemos conseguido un mundo justo. ¿Por qué no hemos convertido esta supuesta jungla en el jardín de rosas que podría ser?
Habiendo establecido que funcionamos exclusivamente a través de la inteligencia y la elección, lo que nos convierte en seres humanos, el argumento de que no podemos cambiar nuestra «naturaleza» porque somos animales inteligentes y en realidad no tenemos libre albedrío, es obviamente, patentemente falso. Que la gente no haga algo, o no quiera hacer algo, o que ese algo sea difícil de hacer, no lo hace menos real. ¿Podemos permitir que la debilidad de la voluntad determine la calidad de nuestro mundo o cómo nos definimos? Tenemos opciones en cuanto a nuestro comportamiento. Es deshumanizado pensar que realmente no podemos cambiar. El mundo humano está completamente definido por la capacidad de elegir. Así que R. Buckminster Fuller tenía razón: es la elección de la voluntad y no la falta de capacidad lo que aleja al mundo de la paz real, la igualdad real y la unidad real.
Aferrarse a la idea de que los seres humanos no tienen elección y no pueden cambiar parece provenir de una especie de rezago de la adolescencia, es más una excusa que un verdadero razonamiento. Desgraciadamente, para los que se aferran a esta postura, como los que intentan aferrarse a la juventud, el espíritu del mundo sigue madurando. La inevitabilidad de nuestro potencial crece cada día, ejerciendo más y más presión por la verdadera justicia, por aumentar el bienestar de toda la familia global. Pronto, quizás muy pronto, todos tendremos que crecer y salir de esta inmadurez. Ahora nos enfrentamos a una dura elección: madurar y unificarnos, o quedarnos estancados en nuestras viejas costumbres, lo que nos llevará inevitablemente a la extinción.
Mientras piensas en esa elección, contempla esta observación de Corintios 13:11: «Cuando era niño, hablaba como niño, entendía como niño, pensaba como niño; pero cuando me hice hombre, dejé las cosas de niño», y esta otra de las enseñanzas bahá’ís:
Se ha abierto un nuevo capítulo en la vida del planeta. La humanidad ha alcanzado su madurez, y la conciencia de la raza ha devenido en el hecho de que se deben dejar de lado las cosas infantiles que parecían necesarias en el día de la «supervivencia del más apto». – Abdu’l-Bahá, Divine Philosophy. [Traducción provisional de Oriana Vento]
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