Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En el 2016, un científico importante escribió un artículo en una prestigiosa revista científica titulado, «¿Cuál es el hecho más asombroso del universo?»
Su respuesta: «El universo entero, en todas sus escalas, en todos sus lugares, y en todo momento, obedece las mismas leyes fundamentales de la naturaleza»
Por un lado, eso es asombroso. Pero, por otra parte, cuando lo pensamos, ¿De qué otra manera podríamos existir? ¿Puede usted imaginar vivir en un universo que no haya sido regido por las mismas leyes de la naturaleza? ¿Sería posible la vida en un universo caótico, aleatorio, impredecible y anárquico?
La ciencia ahora entiende que las leyes de la naturaleza son constantes, pueden ser observadas y nos permiten identificar patrones en todos los ámbitos de la existencia. Las enseñanzas bahá’ís llevan ese conocimiento un paso más allá, diciéndonos que los reinos físicos y espirituales son un reflejo de la misma realidad esencial.
En 1904, ‘Abdu’l-Bahá -hijo de Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe Bahá’í– intérprete de sus enseñanzas, explicó este «asombroso hecho”:
“La naturaleza está sujeta a una organización absoluta, a determinadas leyes, a un orden completo y a un designio consumado, de los cuales nunca se apartará. Ello es cierto a tal punto que si observases atentamente y con visión penetrante desde el más pequeño e invisible átomo hasta los grandes cuerpos celestes como el globo solar u otras grandes estrellas y luminosas esferas, ya sea que fijes tu atención en su orden, composición, forma o movimientos, descubrirás que todos poseen el grado más elevado de organización, y que están regidos por una ley única de la que jamás se apartan.” – ‘Abdu’l-Bahá, Contestación a unas preguntas, página 23.
‘Abdu’l-Bahá continúa diciendo que todos los aspectos de la naturaleza, estando sujetos a esa única ley universal, están «en el puño» del único Creador, quien determina las leyes ideales y los principios organizadores de toda la creación.
Esto incluye los principios que gobiernan el despliegue de la evolución en todos los ámbitos, donde es evidente que patrones como, la repetición regular de las estaciones, el surgimiento y la caída de las civilizaciones, y la secuencia de las épocas espirituales, compartan ciclos repetitivos de crecimiento, madurez, decadencia y renovación. Estos patrones cíclicos representan un proceso de transformación que sostiene la promesa del renacimiento que conduce a un progreso perpetuo.
Las épocas espirituales han crecido notablemente y han guiado la evolución de la conciencia humana por milenios. La espiritualidad, las religiones y la conciencia social se incrementan en complejidad a medida que nuestro avance individual y colectivo se despliega. Este proceso de maduración gobernado por una ley universal, seguido de declive y eventual renovación es tan evidente en el ámbito de la religión como en el ámbito del desarrollo individual, en el desarrollo colectivo y los ciclos de las estaciones.
Los profetas más importantes del mundo, incluyendo a Krishna, Abraham, Zoroastro, Buda, Jesús, Mahoma y Bahá’u’lláh, fundador de la Fe Bahá’í a mediados del siglo XIX, cada uno, en su propio tiempo ha impactado el desarrollo de la humanidad. Juntos, han cambiado el curso de la vida humana durante los últimos cuatro mil años, produciendo un avance en la conciencia con cada nueva época que iniciaron.
La evolución está ligada en todos los ámbitos, haciéndose más evidente cada día. Estamos llegando a ver que toda la creación es una unidad indivisible, que en el fondo todo está interconectado y que todo está sujeto a una misma ley. Como dijo el sacerdote y paleontólogo jesuita del siglo 20, Pierre Teilhard de Chardin: «En última instancia, de alguna manera u otra debe haber sólo una sola energía en el mundo». Esta conciencia proviene del mismo fundamento espiritual del que proviene la visión bahá’í del mundo:
“Así como el ciclo solar tiene sus cuatro estaciones, el ciclo del Sol de la Realidad tiene sus distintos y sucesivos períodos. Ellos traen su estación vernal o primaveral. Cuando el Sol de la Realidad regresa a vivificar el mundo de la humanidad, una Gracia Divina desciende del Cielo de la Generosidad. El dominio de los pensamientos e ideales es puesto en movimiento y bendecido con una nueva vida. Las mentes se desarrollan, las esperanzas se encienden, las aspiraciones se tornan espirituales […] Es la primavera del mundo interior”. – ‘Abdu’l-Bahá, Fundamentos de unidad mundial, página 12.
Vivimos en tiempos de cambios masivos, un elemento necesario para nuestro precario pero inevitable progreso. Nunca ha habido una mejor oportunidad, y necesidad, de participar y tomar acción en nombre de este proceso que se despliega. Un compromiso renovado con nuestra propia espiritualidad es la única cosa que nos dará seguridad, tanto personal como colectiva, en estos tiempos de cambio.
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