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¿Quiero ser bahá'í?
Religión

El gran debate: Lógica vs. Fe. Ambos ganan.

John Hatcher | Nov 2, 2020

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John Hatcher | Nov 2, 2020

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…Dios ha creado en el hombre el poder de la razón, que capacita al hombre para investigar la realidad. Dios no desea que el hombre imite ciegamente a sus padres y antepasados. Lo ha dotado con una mente o facultad de razonamiento y con ella ha de investigar y descubrir la verdad, y lo que encuentre real y verdadero debe aceptarlo. No debe ser un imitador o ciego seguidor de ninguna alma. No debe confiar en la opinión de ningún hombre sin cuestionar previamente. No. Cada alma debe buscar de modo inteligente e independiente para llegar a la conclusión real, obligado sólo por esa realidad.‘Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal.

No me malinterpreten, no estaba ansioso ni preocupado por el resultado del debate que estaba organizando entre la teoría bahá’í del todo y las preguntas lógicas de mi maestro, el Sr. Randolph. Solo quería descubrir la verdad, en lugar de tratar de elegir un ganador. Como todavía no era oficialmente bahá’í, y había rehusado tener algún compromiso definitivo hasta estar completamente seguro, decidí que sería más bien un moderador y juez en lugar de un participante en este encuentro.

Si el diálogo comenzaba a volverse muy pasivo, tal vez podría perturbar un poco las aguas, lanzando algunas de las preguntas más abstrusas que había tratado de abordar yo mismo: ¿cómo espera Bahá’u’lláh que tenga éxito este aparente fracaso del plan de revelación progresiva? ¿Qué pasa con los que mueren sin tener la oportunidad de reconocer la manifestación de Dios? ¿Cómo explica Bahá’u’lláh el sufrimiento de los inocentes? ¿Qué evitará que la comunidad bahá’í sea susceptible a los males políticos y a las luchas por el poder que han plagado las formas de gobierno anteriores? Si todas las religiones anteriores se desviaron finalmente de los principios revelados por el profeta y fundador de la religión, ¿qué evita que ese mismo proceso no obstruya los objetivos de la fe bahá’í?

Por supuesto, para proporcionar un poco artillería pesada para el Sr. Randolph, yo tenía preparadas algunas preguntas sobre política mundial, aunque estaba bastante seguro de que, de cualquier forma, lo primero que él abordaría sería lo siguiente: ¿cómo el plan de acción de Bahá’u’lláh para desarrollar una mancomunidad mundial resolverá la Guerra Fría, o otra cualquier guerra? ¿Qué soluciones ofreció este «Médico Divino» para una mancomunidad mundial en términos de estrategias económicas, como la libre empresa y la iniciativa individual?  Si uno de los principios de las enseñanzas bahá’ís es la eliminación de los extremos de la pobreza y la riqueza, ¿cómo se podría lograr esto sin el ejercicio de algún poder federal opresivo?

Después de la cena la conversación comenzó de manera bastante civilizada, con unas primeras rondas bastante benignas. El Sr. Randolph ya conocía la premisa fundamental de la Fe bahá’í, así que, para empezar, Bill contó un poco de la revelación progresiva y la relación entre las enseñanzas de Cristo y las de Bahá’u’lláh. Pero él no mostraba ninguna aspereza en su tono, ni una actitud incendiaria, ni la tensión que yo había previsto (y que secretamente deseaba).

Déjenme explicarles: mi hermano Bill era feroz al debatir. Podía hacer las preguntas más simples, y me bombardeaba con un discurso de cuarenta y cinco minutos. «Oye Bill, ¿olvidé la ecuación para el área de un círculo?». Y su respuesta no era: «Claro, John, es π*r²». No, Bill se aseguraría primero de que yo entendiera la importancia de los Elementos de Euclides como el texto matemático más importante de la historia, «aunque fue escrito hace casi tres siglos antes de Cristo». Luego me daría la historia de «π» y su progreso a través de los años, especialmente cuando los nerds modernos trataron de ver cuán lejos podían llevar esta constante «irracional» que representa la relación entre la circunferencia y el diámetro en cualquier círculo dado.

Bill siguió haciendo esto durante mis últimas conversaciones con él el día antes de que «pasara» al siguiente reino de la existencia, donde estoy seguro de que sigue haciendo lo mismo con sus anfitriones celestiales, y ellos, por desgracia, ni siquiera tienen la excusa de tener que ir al baño. Este hábito suyo no surgía del deseo de demostrar cuánto sabía. Me di cuenta, incluso en aquel entonces, de su conciencia como profesor, que el simple hecho de saber un hecho no significa nada si uno no entiende lo que ese hecho significa en relación con el resto de la realidad. De lo contrario, simplemente permites que alguien repita como un loro el conocimiento que alguien más ha adquirido. La verdadera educación debe proporcionar la base de la respuesta y las herramientas para encontrar respuestas por uno mismo.

Entonces, ¿cómo es que ahora, cuando necesitaba este tipo de perspectiva abrumadora, mi hermano de repente demostró moderación, respeto y amabilidad con sus respuestas sucintas? ¿Era esto un truco? Sabía que el Sr. Randolph no intimidaba a Bill. Sabía que cada pregunta del Sr. Randolph podía precipitar un discurso de una hora en circunstancias ordinarias, y sin embargo la noche transcurrió a buen ritmo sin ningún indicio de abrasión o contención por parte de ninguna de estas dos buenas personas que yo respetaba.

En menos de dos horas, mi «gran debate» sobre las enseñanzas bahá’ís se redujo a una agradable conversación sobre asuntos absolutamente tangenciales sin importancia para mí. Mis dos concursantes se habían vuelto amables, amistosos, amigables. Todas las preguntas del Sr. Randolph habían sido contestadas a su satisfacción, y, al no tener él mismo interés en el resultado, el Sr. Randolph y Bill comenzaron a hablar de otros asuntos.

¿Eso fue todo? ¿Ese fue el gran debate? Yo también podría haberlo hecho por mi cuenta, pensé para mí mismo. Podría haber respondido a cada una de las preguntas del Sr. Randolph más completamente que mi hermano mayor. ¿Por qué me había molestado en organizar esta confrontación, que finalmente degeneró en un «encuentro de mentes» más de lo que había previsto?

Pero mientras me sentaba a un lado mirando y escuchando esta cortés conversación, se me ocurrió algo bastante significativo. Ya tenía mi respuesta después de todo.

Si el mentor más brillante que he conocido hasta ahora en mi educación no podía descubrir grandes contradicciones o problemas con esta teoría bahá’í del todo, incluso cuando se enfrentaba al mentor más brillante que había tenido la suerte de tener fuera de mi educación formal, entonces ¿por qué debería molestarme? ¿No debería sentirme animado por el hecho de que podría haber respondido a estas preguntas yo mismo? De repente comprendí que esta comprensión no debería causarme consternación, ¡sino todo lo contrario! Me había vuelto lo suficientemente versado en las enseñanzas de Bahá’u’lláh como para intentar explicarlas y defenderlas, ¡incluso a algunas de las mentes más brillantes que pudiera encontrar!

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