Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando evaluamos cómo los profetas y mensajeros funcionan como puentes entre las expresiones gemelas de la realidad física y espiritual, descubrimos que experimentamos la influencia orientadora de su amor en tres etapas.
Primera etapa: el amor antes de nacer
Los mensajeros y profetas de Dios nos ayudan antes de su aparición en su forma humana, proporcionando la influencia suficiente para forjar nuestro planeta y el sistema que lo contiene, en un organismo progresivo y creativo.
Su profunda influencia espiritual y física invierte así lo que ocurriría sin ese aporte externo de energía: el planeta, ateniéndose a la segunda ley de la termodinámica, sucumbiría a la entropía y degeneraría en un globo de materia caótica y fundida que, con el tiempo, se enfriaría en un globo de materia no tan caliente.
En pocas palabras, mientras que la Tierra, como una semilla en la matriz o como un cuerpo dentro del universo, tiene la capacidad inherente de evolucionar a través de etapas de cambio sucesivo, dada su posición propicia con respecto al sol, los mensajeros divinos como seres preexistentes supervisan este proceso dinámico.
¿Implica esta observación que esos mensajeros, los profetas y fundadores de las religiones del mundo, guían la evolución del planeta? Será tal vez que cuando empezamos a evolucionar, ¿pudieron haber aparecido en forma de renacuajos avanzados, en caso de que nos estuviésemos divirtiendo mucho en el agua y nos neguemos a arrastrarnos hasta la orilla para continuar nuestra evolución y poder jugar después en los árboles con nuestros amigos simios de evolución similar?
Aunque hay mucho que no sabemos sobre esta primera etapa, Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í, dijo en un mensaje escrito por su secretario a un individuo bahá’í que los profetas preexisten en el mundo del espíritu antes de su aparición aquí en la Tierra:
Los Profetas, a diferencia de nosotros, son preexistentes. El alma de Cristo existía en el mundo espiritual antes de Su nacimiento en este mundo. No podemos imaginar cómo es ese mundo, por lo que las palabras son inadecuadas para describir Su estado. – [Traducción provisional por Oriana Vento]
Por supuesto, Cristo parece referirse a este estado pre-encarnatorio cuando dice: «Antes de que Abraham fuera, yo soy» (Juan 8:58). Asimismo, Bahá’u’lláh se refiere a esta misma condición cuando alude a la «Escuela del significado y explicación interior». Más adelante, en ese mismo discurso de su Libro Más Sagrado, Bahá’u’lláh escribe:
¡Por el único Dios verdadero! Leímos la Tabla antes de que fuera revelada, mientras que estabais inconscientes, y teníamos perfecto conocimiento del Libro cuando aún no habías nacido.
Tal vez la percepción más asombrosa de la que disponemos en relación a la condición de preexistencia y al poder voluntario y creativo de estos seres divinos se revela en dos pasajes de las enseñanzas bahá’ís que indican que los profetas desempeñan un papel en la determinación del lugar en el que se manifestarán, una verdad a la que se refiere la declaración de Shoghi Effendi en El advenimiento de la justicia divina:
…la razón principal por la cual el Báb y Bahá’u’lláh prefirieron hacer su aparición en Persia, convirtiéndola en primer repositorio de Su Revelación, fue porque entre todas las gentes y naciones del mundo civilizado, esa raza y nación, como ’Abdu’l-Bahá tan frecuentemente la describió, se encontraba sumergida en honduras tan ignominiosas y manifestaba tal perversidad que no tenían paralelo entre sus contemporáneos.
Luego tenemos la declaración de Shoghi Effendi en su libro Dios pasa, de que la ascensión de Bahá’u’lláh lo liberó del templo humano, a través del cual había elegido revelarse durante un tiempo:
…la disolución del tabernáculo, donde el alma de la Manifestación de Dios había escogido morar temporalmente, supuso la liberación de las restricciones que una vida terrenal, por necesidad, imponían sobre ella.
Tal vez, entonces, uno de los significados de la Tabla del Templo (Surih-i-Haykal) de Bahá’u’lláh sea que la manifestación de Dios nos revela el papel que desempeña en la formación de ese edificio humano a través del cual nos transmitirá la nueva revelación.
Esta serie de ensayos es una adaptación del discurso de John Hatcher en la Conferencia de la Asociación de Estudios Bahá’ís de 2005 titulada El Hurí del Amor, que comprendió la 23ª Conferencia en Memoria de Hasan M. Balyuzi.
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