Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Cómo empezó la fe bahá’í? En la Persia del siglo XIX, la fe bahá’í surgió con la llegada de dos profetas sucesivos, el Báb y Bahá’u’lláh. Sus revelaciones revolucionaron el mundo.
Cada uno de estos dos mensajeros divinos, a los que las enseñanzas bahá’ís se refieren como manifestaciones de Dios, fundaron una religión distinta: la fe babí y la fe bahá’í. El Báb, sin embargo, dijo que el propósito principal de su nueva Fe era preparar el camino para «Aquel a quien Dios hará manifiesto» – actuando como heraldo y precursor de la segunda de estas manifestaciones gemelas, Bahá’u’lláh.
De la misma manera que Juan el Bautista precedió y preparó el camino para el advenimiento de Jesucristo, el Báb creó las condiciones espirituales necesarias para el advenimiento de Bahá’u’lláh.
Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, explicó esa doble revelación en el libro «Contestación a unas preguntas»:
Todos los pueblos del mundo esperan dos Manifestaciones, que deben ser contemporáneas. Es lo que se les ha prometido a todos. En la Torá, a los judíos se les promete el Señor de las Huestes y el Mesías. En el Evangelio se predice el regreso de Cristo y Elías. En la religión de Muḥammad, está la promesa del Mahdí y del Mesías. Lo mismo es valedero para los seguidores de Zoroastro y otros, pero extendernos sobre el tema prolongaría nuestro discurso. Nuestra intención es señalar que a todos se les ha prometido el advenimiento de dos Manifestaciones sucesivas. Se ha profetizado que, mediante estas dos Manifestaciones, la tierra se convertirá en otra tierra; se renovará toda la existencia; el mundo contingente será vestido con el ropaje de una nueva vida; la justicia y la rectitud envolverán el planeta; desaparecerán el odio y la enemistad; todo cuanto es motivo de división entre los pueblos, las razas y naciones será anulado, y se promoverá lo que asegure la unidad, la armonía y la concordia.
Las nuevas religiones comienzan cuando un profeta de Dios recibe una revelación, una transferencia mística de inspiración, conocimiento y poder espiritual del Creador. Entonces, unos pocos discípulos visionarios comienzan a responder con sus corazones y almas, y nace una nueva religión. Con Buda, con Abraham, con Jesús, con Muhammad, se aplicó este mismo patrón básico.
La fe babí, precursora de la fe bahá’í, también comenzó así, pero con una diferencia: tenemos un relato de un testigo ocular.
Cuando el Báb, el joven heraldo de la fe bahá’í, declaró su misión a los primeros de sus creyentes durante la fatídica noche del 22 de mayo de 1844, comenzó la fe global más reciente del mundo. Los bahá’ís de todo el mundo creen que el Báb, título que significa la Puerta, inauguró una nueva era destinada a establecer la unidad de la humanidad, en la que «la causa de la división entre los pueblos, las razas y las naciones será abolida».
¿Quién era el Báb? Un joven llamado Siyyid Ali Muhammad, de Shiraz (Persia), nacido en 1819 en el seno de una familia de comerciantes y mercaderes, criado por su tío materno tras la muerte prematura de su padre en 1826, un místico descendiente de muchas generaciones de sufíes místicos, conocido desde la infancia por su sabiduría, inteligencia y humildad, las enseñanzas del Báb desencadenarían un movimiento religioso revolucionario sin parangón en la historia.
En este día de mayo de 1844, Siyyid Ali Muhammad declaró su misión como el Báb a un ardiente buscador espiritual llamado Mulla Husayn. Más joven que Jesús cuando inauguró su revelación, el Báb estableció, a las dos horas y once minutos de la puesta de sol de ese día, una fe totalmente nueva, renovando la promesa eterna de la religión misma. El Báb le prometió a Mulla Husayn que:
Esta noche, esta misma hora, será celebrada en los días venideros como una de las más grandes y significativas de todas las fiestas. Da gracias a Dios por haberte ayudado graciosamente a alcanzar el deseo de tu corazón, y por haber bebido del vino sellado de Su expresión.
Como un incendio espiritual, la noticia se extendió rápidamente. La atracción magnética del Báb, basada no solo en sus nuevos principios y escritos, sino también en la bondad, la compasión y la intensidad espiritual que irradiaba, conquistó a muchos miles de personas. Esas personas se convirtieron en bábís, lo que provocó un gran revuelo en la sociedad islámica tradicional persa y en su estructura de poder shiíta.
Las enseñanzas del Báb desafiaron las prácticas corruptas del clero persa, desafiaron audazmente la tradición al eliminar las leyes del pasado y declararon que el Báb había llegado, como Juan el Bautista, como el heraldo de un posterior profeta de Dios, el prometido que todas las religiones esperaban. La misión del Báb, dijo él a sus seguidores, era preparar el camino para el fundador de una religión mundial universal y unificadora: Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, que declararía su misión diecinueve años después, en 1863.
Por eso, cada año, en mayo, millones de bahá’ís de todo el mundo celebran la Declaración del Báb, que se ha convertido, exactamente como prometió el Báb, en «una de las más grandes y significativas festividades».
En su libro «Dios pasa», una breve historia del movimiento del babí, Shoghi Effendi, el Guardián de la fe bahá’í, relata ese momento exacto que los bahá’ís celebran ahora:
La escena que abre el acto inicial de este gran drama se desarrolla en la cámara superior de la modesta residencia del hijo de un mercader de Shiraz, en un oscuro rincón de la ciudad. Sucedió una hora antes del ocaso del día 22 de mayo de 1844. Los participantes eran el Báb, un siyyid de 25 años, de linaje puro y santo, y el joven Mullá Husayn, el primero en creer en Él. El encuentro que precediera a la entrevista pareció ser del todo fortuito. La propia entrevista se prolongó hasta el alba… Ningún registro ha pasado a la posteridad de aquella noche única, excepto el relato fragmentario, pero sumamente esclarecedor, que salió por boca de Mullá Husayn.
«Estaba yo sentado, hechizado por Su expresión, ajeno a la hora y a quienes me aguardaban», atestigua él mismo, tras describir las preguntas que Le había planteado a su Anfitrión y las respuestas concluyentes que recibió de Él, respuestas que habían establecido más allá de todo asomo de duda la validez de Su alegato de ser el prometido Qá’im. «De repente, la llamada del almuédano, que convocaba a los fieles para la plegaria matutina, me despertó del estado de éxtasis en el que parecía haber caído. Todas las delicias, todas las glorias inefables que el Todopoderoso ha referido en Su Libro, las posesiones inconmensurables del pueblo del Paraíso, todas parecía haberlas experimentado aquella noche. Diríase que me encontraba en un lugar del que en verdad bien podría decirse: “Allí ningún pesar nos alcanzará y allí ningún cansancio nos rozará”; “no se oirá allí ningún vano discurso, ni falsedad alguna, sino solo el grito ‘¡Paz! ¡Paz!’”; Su exclamación será allí “¡La gloria sea contigo, oh Dios!” y su salutación “¡Paz!” y su despedida “¡Alabado sea Dios, el señor de todas las criaturas!”».
«Esta Revelación», prosigue Mullá usayn en su testimonio, «tan repentina e impetuosamente lanzada sobre mí, llegó como un rayo del que tal se dijera que había anulado mis facultades. Me sentí cegado por su esplendor deslumbrante, y abrumado por su fuerza demoledora. La emoción, la alegría, el sobrecogimiento y la maravilla remecieron las entrañas de mi alma.
Hoy en día, al igual que Mulla Husayn, el primer seguidor del Báb en ese día, los bahá’ís se regocijan y celebran cada año el aniversario de la trascendental declaración del Báb, cuando hizo sonar por primera vez el gran llamamiento a la unidad de todos los pueblos, razas, naciones y credos.
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