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¿A dónde irán tus bienes cuando mueras?

David Langness | Ago 11, 2024

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David Langness | Ago 11, 2024

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A medida que los «baby boomers» –los nacidos entre 1945 y 1964– vayan falleciendo, Estados Unidos será testigo de la mayor oleada de herencias de la historia de la humanidad, una suma masiva que los economistas denominan «la gran transferencia de riqueza».

La generación «boomer» estadounidense y su predecesora, la generación «silenciosa», poseen en la actualidad un patrimonio sin precedentes de 72 billones de dólares, según han informado numerosas revistas financieras y fuentes en línea, que ahora está en proceso de pasar a sus herederos en la mayor transferencia de riqueza intergeneracional de la historia.

Wikipedia caracteriza esta transferencia de riqueza actual como algo que beneficia principalmente a los herederos de los ricos, diciendo que: «El 10% de los hogares más ricos dará y recibirá la inmensa mayoría de la riqueza, y el 1% más rico poseerá casi tanta riqueza como el 90% más pobre».

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¿Quiénes serán esos herederos? ¿Se beneficiarán sólo los descendientes directos de los estadounidenses más ricos; o se destinará una suma importante a quienes más lo necesitan? Ya lo veremos, pues depende de lo que digan los testamentos y los corazones de quienes legan sus bienes.

Lo que me recuerda: ¿tienes un testamento?

Los escritos bahá’ís afirman que las personas son libres de disponer de sus bienes tras su muerte de la forma que deseen, y que todo el mundo debería redactar un testamento para que sus bienes se distribuyan equitativamente cuando fallezcan. «En verdad«, escribió Abdu’l-Bahá, «la sabiduría de esta perspicua y poderosísima ordenanza es que nadie debe dar su último suspiro sin un testamento» [Traducción provisional de Oriana Vento].

Bahá’u’lláh pidió a todos los bahá’ís que redactaran un testamento mientras estuvieran vivos para que no murieran intestados (sin testamento) y para que sus bienes no pasaran a la sucesión.

En su Libro Más Sagrado, Bahá’u’lláh afirmó claramente que, al redactar su testamento, «una persona tiene plena jurisdicción sobre sus bienes», ya que Dios ha permitido al individuo «tratar con lo que Él le ha otorgado de la manera que desee».

Desde una perspectiva bahá’í, pues, todos somos libres de decidir a dónde van a parar nuestros bienes después de morir. Además, en una carta escrita en su nombre, el Guardián de la Fe bahá’í, Shoghi Effendi, aconsejó:

… aunque se permite que el bahá’í disponga de su riqueza en su testamento según su deseo, empero, al escribir su testamento, éste se halla moral y conscientemente obligado a tener siempre presente la necesidad de respetar el principio de Bahá’u’lláh relativo a la función social de la riqueza, y la necesidad consiguiente de evitar su concentración y acumulación excesiva en unos pocos individuos o grupos de individuos.

En otras palabras, la ley bahá’í relativa a la herencia pide que quienes posean una riqueza considerable consideren cuidadosamente su obligación social con toda la humanidad, no sólo con sus herederos directos.

Imagínatelo: si sólo una generación humana siguiera este consejo, podríamos acabar con la pobreza mundial en el espacio de una o dos décadas, eliminando la creciente brecha de riqueza del mundo y minimizando la gran y creciente disparidad entre riqueza y pobreza. La riqueza generacional podría disminuir y distribuirse entre los más necesitados y las organizaciones que les ayudan.

Los bahá’ís creen que los esfuerzos anteriores por reducir o eliminar las grandes disparidades de riqueza y pobreza en el mundo fracasaron porque no incluían un fuerte componente espiritual. En su lugar, esos esfuerzos anteriores, incluido el intento marxista de imponer por la fuerza el proletariado del trabajador, trataron de legislar la igualdad absoluta entre todos, algo que, según las enseñanzas bahá’ís, nunca puede servir como solución viable al viejo problema de la riqueza y la pobreza.

En un discurso que ofreció en París en 1911, Abdu’l-Bahá dijo:

Por un lado, vemos entre nosotros a personas que están sobrecargadas de riquezas, y por otro lado, otras desafortunadas que desfallecen por no tener ni qué comer; aquellos que tienen varios palacios imponentes, y otros que no tienen dónde descansar su cabeza. Encontramos a algu nos con abundancia de alimentos, exquisitos y costosos; mientras que otros apenas pueden conseguir un mendrugo para mantenerse con vida. Mientras unos se visten con terciopelos, pieles y delicado lino, otros sólo tienen pren das miserables, pobres y ligeras con las que protegerse del frío.

Esta situación es injusta, y debe ser remediada. Pero el remedio deberá emprenderse con sumo cuidado. No puede hacerse de manera que haya absoluta igualdad entre las personas.

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Por el contrario, los bahá’ís creen que siempre existirán diferencias en la prosperidad económica de las personas. Sin embargo, las enseñanzas bahá’ís señalan que los grandes extremos de riqueza y pobreza deberían regularse legalmente y remediarse voluntariamente, dando lugar al «ajuste en los medios de subsistencia» que describió Abdu’l-Bahá.

En muchas naciones de todo el mundo, este tipo de esfuerzos de ajuste se están considerando activamente o ya se han hecho realidad.

Por ejemplo, las políticas fiscales de muchos países desarrollados (aunque no de todos) impiden a menudo la acumulación de una riqueza obscena entre los más ricos, y los programas de asistencia del gobierno evitan que los más pobres se queden sin hogar, indigentes o se mueran de hambre. Cada vez más, en tales sociedades, los extremadamente ricos también contribuyen consciente y voluntariamente con una parte significativa de su riqueza a los esfuerzos de los gobiernos y las organizaciones sin ánimo de lucro para aliviar y abordar la pobreza y sus efectos.

Este tipo de asociación conjunta público-privada, que combina la política gubernamental y la generosidad humanitaria, sólo puede funcionar realmente como pretenden las enseñanzas bahá’ís en una futura sociedad global con un gobierno mundial federalizado. De lo contrario, con diferentes tipos impositivos y políticas sociales en países dispares, los llamados «paraísos bancarios» que protegen y resguardan la riqueza de los impuestos legítimos seguirán posibilitando que los extremadamente ricos eludan sus responsabilidades sociales y espirituales. En un discurso que ofreció en Estados Unidos en 1912, Abdu’l-Bahá explicó:

La esencia del espíritu bahá’í es que, para establecer un mejor orden y condición socio-económica, debe haber lealtad a las leyes y principios del gobierno. Bajo las leyes que han de gobernar el mundo los socialistas pueden demandar justamente derechos humanos pero sin recurrir a la fuerza y la violencia. Los gobiernos promulgarán estas leyes, estableciendo una legislación y una economía justas para que toda la humanidad pueda disfrutar equitativamente de bienestar y privilegio; pero esto está siempre de acuerdo con la protección del procedimiento legal. Sin administración legislativa, los derechos y las demás fracasan, y el bienestar de la mancomunidad no puede realizarse…

Mientras miles están considerando estas cuestiones, nosotros tenemos propósitos más esenciales. Los fundamentos de toda condición económica son divinos por naturaleza y están asociados con el mundo del corazón y del espíritu. Esto está completamente explicado en las enseñanzas bahá’ís y sin el conocimiento de sus principios no puede realizarse ninguna mejora del estado económico. Los bahá’ís producirán este adelanto y mejoramiento pero no a través de la sedición o apelando a la fuerza física, no a través de la guerra, sino del bienestar. Los corazones deben estar tan amalgamados, el amor debe volverse tan dominante que los ricos con mucho gusto extiendan su asistencia a los pobres y den los pasos necesarios para establecer permanentemente estos ajustes económicos. Si se realiza de esta forma, es muy loable porque entonces ello sería por amor a Dios en el sendero de Su servicio. Por ejemplo: sería como si los habitantes acomodados de una ciudad dijeran: “No es justo ni legal que poseamos grandes fortunas mientras exista en esta comunidad una abyecta pobreza”, y luego de buena gana dieran su riqueza a los pobres, reteniendo solamente tanto como les permita vivir cómodamente.

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