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Historia

Comienza el ministerio de ’Abdu’l-Bahá

Kenneth E. Bowers | Jul 5, 2017

PARTE 3 IN SERIES Dios habla de nuevo

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’Abdu’l-Bahá permaneció un prisionero bajo arresto domiciliar después del fallecimiento de su padre Bahá’u’lláh en 1892, pero varios años disfrutó de relativa libertad en ’Akká. A menudo viajaba a la cercana ciudad de Haifa, y era reconocido como ciudadano líder del área, tanto por las clases alta como las bajas. Durante ese periodo, se le reconoció a ‘Abdul-Bahá más que nunca por su filantropía y conducta recta.

Sin embargo—durante los años después del fallecimiento de Bahá’u’lláh, el gobierno Otomano lo amenazaba seriamente la crisis interna y presiones externas. Ya era conocido como “el enfermo de Europa”, los dominios otomanos, otrora poderosos, se desintegraban gradualmente bajo el peso de años de mal manejo y corrupción. A esto se suma la montante presión de poderíos ascendentes como Rusia, Alemania y Gran Bretaña, que en ese momento entraban a la cúspide de su influencia, y estaban ansiosos de explotar la debilidad otomana.

El sultán otomano, ’Abdu’l-Hamid, que apenas mantenía control de su imperio, estaba sumamente atento de cualquier informe de rebelión u oposición. Respondiendo a una cantidad de rumores y falsas acusaciones contra ‘Abdu’l-Bahá, el sultán estableció una comisión investigadora de cuatro hombres, que viajó de inmediato a la ciudad de ’Akká.

Empezaron a circular rumores de que a ‘Abdul-Bahá lo exiliaban al remoto desierto de Tripolitana, separado del resto del mundo. Un funcionario otomano amenazó públicamente con ejecutar a ‘Abdu’l-Bahá:

El comandante en jefe turco, el brutal, todopoderoso y carente de escrúpulos Jamál Páshá, enemigo inveterado de la Causa, basándose en sospechas propias carentes de fundamento e instigado por los enemigos de la Fe, había causado ya graves aflicciones a ‘Abdu’l-Bahá, llegando a expresar incluso la intención de crucificarlo y de arrasar la Tumba de Bahá’u’lláh. – Shoghi Effendi, Dios Pasa, p. 425.

Estos eventos envalentonaron a algunas personas que hostigaron y amenazaron a otros bahá’ís persas en los alrededores. Sin embargo, durante toda la crisis, ‘Abdul-Bahá demostró calma y valor, asegurando a los bahá’ís que el peligro pasaría.

Luego, un día, los miembros de la Comisión investigadora abordaron una embarcación que los llevaría de vuelta a la capital. El barco zarpó atravesando la bahía en dirección a Akka, seguramente a punto de tomar prisionero a ‘Abdu’l-Bahá, según algunos observadores. Los bahá’ís esperaban desesperanzados, pero a ‘Abdu’l-Bahá se le observaba andando serenamente en el patio de su casa.

De repente, el barco cambió de dirección y, en la luz menguante del ocaso, se dirigió al mar abierto y desapareció en el horizonte.

Resultó que les había llegado noticia de una grave crisis en la capital, obligando a que la comisión regresara a toda prisa a Constantinopla. Una serie de eventos se habían desatado que culminarían en una revolución, dirigida por un grupo conocido como los Jóvenes Turcos. ‘Abdul-Hamid estaba demasiado distraído con las intrigas cercanas para lidiar con el caso de ‘Abdul-Bahá. En poco tiempo, al sultán lo habían depuesto, para pasar el resto de su vida encerrado.

El peligro parecía asechar a ‘Abdu’l-Bahá, el peligro había sido milagrosamente apartado. Pronto, el régimen de los Jóvenes Turcos emitió un decreto de que todos los prisioneros políticos y religiosos de ’Abdu’l-Hamid serían liberados inmediatamente. Este decreto incluía a ‘Abdu’l-Bahá.

Ese era el año 1908. ‘Abdu’l-Bahá tenía entonces sesenta y cuatro años de edad. Durante cincuenta y seis años, desde que era un niño de ocho años, había sido prisionero y exiliado. Ahora, por primera vez en todos esos largos años, era finalmente libre.

Yo estuve prisionero con Él [Bahá’u’lláh] durante cuarenta años hasta que los jóvenes turcos del Comité de Unión y Progreso derrocaron el despotismo del ’Abdu’l-Hamíd; lo destronaron y proclamaron la libertad. Este comité me liberó de la tiranía y la opresión; de otro modo hubiese estado en prisión hasta los últimos días de mi vida. – ‘Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal, página 209

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