Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Pocos hombres se han hecho más ricos que Andrew Carnegie, quien amasó una enorme fortuna mediante el acero y los ferrocarriles, y luego la regaló.
Por eso, cuando necesito tomar prestado un libro, voy a una biblioteca pública financiada por Andrew Carnegie en la ciudad donde vivo. Si usted es estadounidense, puede hacerlo también, ya que Carnegie financió y construyo un increíble total de 3.000 bibliotecas en todo Estados Unidos. De hecho, durante las últimas dos décadas de su vida, Carnegie regaló el equivalente moderno de alrededor de $80 mil millones de dólares a la caridad, si usted puede imaginarse eso. Nadie nunca en la historia de la humanidad ha dado tanto dinero para causas caritativas.
En 1912, Andrew Carnegie y ‘Abdu’l-Bahá se reunieron en Nueva York. ‘Abdu’l-Bahá, en una carta enviada después de su reunión, elogió la filantropía de Carnegie y le aconsejó:
“[…] las Enseñanzas de Bahá’u’lláh abogan por compartir voluntariamente, y esto es algo más grande que la equiparación de riqueza. Pues la igualación debe ser impuesta desde afuera, mientras que el compartir es un asunto de libre elección.
El hombre alcanza la perfección por medio de las buenas acciones, realizadas voluntariamente, no por buenas obras que le son impuestas. Y compartir es una acción justa de decisión personal: es decir, el rico debe ofrecer su ayuda al pobre, debe gastar sus bienes en favor del pobre, mas por su propio libre albedrío, y/fe-bahai no porque el pobre haya obtenido esto por la fuerza. Pues la cosecha de la fuerza es el tumulto y la ruina del orden social. Por el contrario, la partición voluntaria, el libre desembolso de los propios bienes, conducen a la comodidad y la paz de la sociedad. Ello ilumina el mundo y confiere honor a la humanidad.
He observado los buenos resultados de su filantropía en los Estados Unidos, en varias universidades, en reuniones por la paz y en asociaciones que promueven el saber, al viajar de ciudad en ciudad. Por consiguiente, ruego por usted para que siempre sea rodeado por las dádivas y bendiciones del cielo, y lleve a cabo muchas acciones filantrópicas en Oriente y Occidente; para que así resplandezca como un cirio encendido en el Reino de Dios, alcance honor y vida sempiterna y brille como una estrella resplandeciente en el horizonte de la eternidad”. – ‘Abdu’l-Bahá, Selección de los escritos de ‘Abdu’l-Bahá, páginas 157-158.
Influenciado por las enseñanzas bahá’ís sobre la paz global y la unidad internacional, Carnegie construyó el Palacio de la Paz en La Haya, Holanda, en 1913. El Palacio de la Paz alberga ahora la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas. Originalmente construido como sede de la Corte Permanente de Arbitraje, un tribunal internacional creado por la Convención de La Haya de 1899, el Palacio de la Paz, le costó a Carnegie $40 millones en dólares de hoy. Él trabajó para acabar con el imperialismo y promover la paz planetaria, y muchas de sus ideas, que eran paralelas a los ideales bahá’ís de la paz mundial, fueron incorporadas a la Sociedad de las Naciones y eventualmente también entraron en la carta de las Naciones Unidas.
¿Puede imaginar cómo sería el mundo si toda la gente rica tomara este camino de servicio al mundo de la humanidad?
En esta misma línea, ‘Abdu’l-Bahá contó un cuento cauteloso sobre un rey que se deleitaba con su propia fortuna, pero olvidaba la miseria de sus súbditos:
“Una noche, un rey persa, que vivía en su palacio, rodeado del más alto lujo y confort, a través de su excesiva alegría y gozo se dirigió a uno de sus servidores, diciéndole: “Este es el momento más feliz de mi vida. ¡Alabado sea Dios! ¡Por todas partes la prosperidad aparece y la fortuna sonríe! Mi tesoro está repleto y mi ejército está bien mantenido. Son muchos mis palacios; mis tierras ilimitadas; mi familia prospera; mi honor y soberanía son grandes. ¿Qué más puedo desear?”
Un hombre pobre, en las puertas del palacio, exclamó diciéndolo: “¡Oh rey, oh rey! Suponiendo bajo todo punto de vista que tú eres feliz, libre de preocupaciones y dolores, ¿no te preocupas de nosotros? Dices que en lo que te concierne no tienes preocupaciones. ¿Has pensado alguna vez en los pobres de tu tierra? ¿Es correcto o propio que tú vivas en tan gran abundancia mientras que nosotros nos debatimos en tan horrible pobreza y necesidad? A la vista de nuestras preocupaciones y miserias, ¿cómo es posible que puedas descansar en tu palacio, y que digas estás libre de cuidados y tristezas? Como gobernador no debes ser egoísta y pensar solamente en tu bien, sino en el de tus súbditos. Cuando nosotros estemos en la comodidad, sólo entonces lo estarás tú; si estamos en la miseria, ¿cómo puedes, siendo rey, sentirte feliz?
El significado de esto es que todos habitamos este globo terrestre. En realidad constituimos una sola familia en la cual cada uno de nosotros es un miembro de ella. Todos debemos vivir en la mayor felicidad y confort, bajo una justa medida y regulación, lo cual causa, de acuerdo a la Voluntad de Dios, nuestra felicidad en esta vida que es fugaz”. – ‘Abdu’l-Bahá, Fundamentos de unidad mundial, páginas 45-46.
Los ricos y aquellos que controlan la riqueza de las naciones, dicen las enseñanzas bahá’ís, tienen una tremenda responsabilidad con la familia humana. Aquellos que gastan sus riquezas mortales en esa familia, Bahá’u’lláh escribió, «iluminarán a los moradores del cielo»:
“¡Oh vosotros que os enorgullecéis de las riquezas mortales! Sabed en verdad que la riqueza es una poderosa barrera entre el buscador y su deseo, entre el amante y su amada. Los ricos, salvo unos pocos, de ningún modo alcanzarán la corte de Su presencia ni entrarán en la ciudad del contento y la resignación. Bienaventurado es, pues, aquel que siendo rico no es inhibido por su riqueza del reino eterno, ni es privado por ella del dominio imperecedero. ¡Por el Más Gran Nombre! ¡El esplendor de semejante rico iluminará a los moradores del cielo, del mismo modo que el sol alumbra a la gente de la tierra!” – Bahá’u’lláh, Las palabras ocultas, páginas 83-84.
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