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Religión

El enorme sufrimiento de los profetas y qué tiene que ver conmigo

Susan Gammage | Dic 2, 2024

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Susan Gammage | Dic 2, 2024

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Cuando me enfrento a mi propio dolor emocional, los escritos bahá’ís y otros libros sagrados me han ayudado a aprender que incluso los profetas y mensajeros de Dios se enfrentaron a profundos interrogantes sobre el sufrimiento.

Aunque se encontraban en una posición espiritual muy superior a la nuestra, también sintieron el dolor humano asociado a toda vida.

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En medio del dolor y de grandes pruebas y tribulaciones, por ejemplo, Bahá’u’lláh volcó su corazón a Dios: ¿Has decretado para mí, oh mi Dios, alguna alegría después de esta tribulación o algún alivio que suceda a esta aflicción o alguna tranquilidad que sobrevenga a esta inquietud? – La epístola al hijo del lobo, p. 10.

En algunos momentos de su vida, Bahá’u’lláh incluso rogó a Dios que acelerara la hora de su muerte: «Acelera, por Tu gracia y generosidad, mi fallecimiento, oh mi Señor».

Me ha ayudado a comprender que incluso los mensajeros de Dios, que tenían acceso al amor de Dios de forma continua, también se cansaban y lloraban desesperados a veces, como explicaba esta carta de 1949 escrita en nombre de Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í: «No sólo debemos ser pacientes con los demás, ¡infinitamente pacientes!, sino también con nosotros mismos, recordando que incluso los Profetas de Dios a veces se cansaban y lloraban de desesperación».

En tiempos de pruebas y agitación, esta oración de Bahá’u’lláh me da cierta esperanza en que mi propio dolor no persistirá:

¡Toda alabanza sea para Ti, oh mi Dios! Tú ves mi desamparo y mi pobreza, y atestiguas mis infortunios y aflicciones. ¿Hasta cuándo me abandonarás entre Tus siervos? Permíteme ascender a Tu presencia. ¡La fuerza de Tu poder me lo atestigua! Las tribulaciones que me rodean son tales, que me siento impotente de mencionarlas ante Tu rostro. Tú solo, en verdad, a través de Tu conocimiento, las has enumerado.

Te suplico, oh Tú Quien eres en mi humildad, mi Compañero, que derrames sobre Tus amados, de las nubes de Tu merced, aquello que los haga sentir satisfechos con Tu arbitrio, y les permita volverse hacia Ti y desprenderse de todo excepto de Ti. Ordena entonces, para ellos, todo bien concebido por Ti y predestinado en Tu Libro. Tú eres, en verdad, el Todopoderoso, Aquel a Quien nada en absoluto puede frustrar. Desde la eternidad Tú has estado investido de trascendente grandeza y poder, de inefable majestad y gloria. No hay Dios fuera de Ti, el Omnipotente, el Todoglorioso, el Siempre Perdonador.

Glorificado sea Tu nombre, Tú en cuya mano están los reinos de la tierra y el cielo. – Oraciones y meditaciones, p. 10.

Así que me he preguntado cómo puedo confiar en un Dios grande, que ve los secretos de mi corazón y que al final me recompensará y me dará la bienvenida a casa. Esta cita parece responder a mi pregunta: «El que se entrega totalmente a Dios, Dios estará con él; y el que pone toda su confianza en Dios, Dios le protegerá de todo lo que pueda dañarle…».

Me he dado cuenta de que Dios ya me está recompensando cada minuto de cada día.  La prueba está en citas como ésta, escrita por Bahá’u’lláh: «Una gota de este océano, si fuera derramada sobre todos los que están en los cielos y en la tierra, sería suficiente para enriquecerles con la munificencia de Dios, el Todopoderoso, el Omnisciente, el Sapientísimo», Pasajes de los escritos de Bahá’u’ll’áh, p. 307.

Cada vez que oro, aunque Dios sólo me dé una gota de rocío como respuesta, mi vida se enriquece con Su generosidad. No tengo que esperar, las recompensas están aquí. Sólo tengo que buscarlas, reconocerlas y dar gracias. Entonces me pregunto:

¿Cómo puedo tener la seguridad de que Dios vela por mí?

He descubierto que no es fácil aprender a creer en el amor de Dios. No podemos amar a Dios si no nos amamos a nosotros mismos. Cuando estamos en la prisión del mundo material, sufrimos una ruptura de relaciones, que conduce a la separación y el distanciamiento entre nosotros y Dios. Según mi experiencia, Dios a menudo llama nuestra atención llamándonos desde los escritos sagrados y diciendo: «¡Oh amado de Dios!»

Al meditar sobre el hecho de ser amado por Dios, me planteé las siguientes preguntas:

Si soy amado por Dios, ¿qué más necesito conseguir, demostrar o adquirir? 

Si soy amado por Dios, ¿a quién más necesito impresionar? ¿Qué otra escalera tengo que subir? 

Si soy amado por Dios, ¿qué podría añadir a mi currículum que supere eso? 

En su libro místico Las palabras ocultas, Bahá’u’lláh nos dice que Dios nos creó a Su imagen porque nos ama:

Velado en Mi ser inmemorial y en la antigua eternidad de Mi esencia, conocí Mi amor por ti; por eso te creé, grabé en ti Mi imagen y te revelé Mi belleza.

Bahá’u’lláh también nos aseguró que Dios siempre estará con nosotros si deseamos Su amistad: Siempre estaremos con vosotros; si aspiramos el perfume de vuestra fraternidad, Nuestro corazón de seguro se regocijará, pues nada más Nos puede satisfacer. – Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, p. 346.

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Entonces, ¿cómo puedo ofrecer una oración con verdadera fe de que será respondida? He aprendido que, a veces, la respuesta de Dios es no, del mismo modo que un padre cariñoso no siempre da a sus hijos lo que quieren. En esos momentos, necesito confiar en que Dios siempre sabe qué es lo que más me conviene. Abdul-Bahá explicó:

Pero cuando pedimos aquellas cosas que la divina sabiduría no desea para nosotros, entonces no hay respuesta a nuestra oración. Su sabiduría no aprueba lo que deseamos. Nosotros rogamos: “¡Oh Dios, hazme rico!”. Si esta oración fuese universalmente respondida, los asuntos humanos quedarían detenidos. No habría nadie para trabajar en las calles, nadie para trabajar el suelo, nadie para edificar, nadie para conducir los trenes. Por tanto, es evidente que no sería bueno para nosotros que todas las oraciones fueran respondidas. Los asuntos del mundo quedarían interferidos, las energías inutilizadas, y se impediría el progreso. Pero cualquier cosa que pidamos que esté de acuerdo con la divina sabiduría, Dios nos la otorgará. ¡Seguramente!

Por ejemplo, un paciente muy débil puede pedirle a su médico que le dé alimento que podría ser muy peligroso para su vida y condición. Podría rogar que le permita comer carne asada. El médico es bondadoso y sabio. Sabe que ello sería peligroso para su paciente, por lo cual se niega a permitirlo. – La promulgación a la paz universal, p. 25.

El sufrimiento tiene un propósito. Eso me da esperanza. Alguien preguntó una vez a Abdul-Bahá: «¿Progresa más el alma a través del dolor o a través de la alegría en este mundo?». Abdu’l-Bahá respondió:

La mente y el espíritu del ser humano avanzan cuando es probado por el sufrimiento. Cuanto más se are la tierra mejor crecerá la semilla y tanto mejor será la cosecha. Así como el arado surca la tierra profun damente, limpiándola de cardos y malezas, del mismo modo el su – frimiento y la tribulación liberan al ser humano de las mez – quindades de esta vida mundana, hasta que alcanza un estado de completo desprendimiento. Su actitud en este mundo será de divina felicidad. El ser humano es, por así decirlo, inmaduro; el calor del fuego del sufrimiento lo madurará. Fijaros en el pasado y descubriréis que las personas más notables son las que más sufrieron. – La sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, p. 210.

Reflexionar sobre lo grande y poderoso que es Dios en realidad me reconforta y me da la seguridad de que puedo poner todos mis asuntos en sus manos en todo momento y bajo cualquier condición, ¡y le estoy agradecida!

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