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¿Eres un estoico?

Zarrín Caldwell | Ene 14, 2022

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Zarrín Caldwell | Ene 14, 2022

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¿Te consideras un estoico o estoica? A través de un podcast que dirijo, me he familiarizado recientemente con la filosofía estoica, y la encuentro bastante fascinante.

El estoicismo, según la Wikipedia, fue una escuela de filosofía helenística fundada por Zenón de Atenas en el siglo III antes de Cristo. El estoicismo postula que, como seres sociales, «el camino de la felicidad para los seres humanos se encuentra en la aceptación del momento tal y como se presenta, en no dejarse controlar por el deseo de placer o el miedo al dolor, en utilizar la mente para entender el mundo y hacer su parte en el plan de la naturaleza, en trabajar juntos y tratar a los demás con justicia y equidad».

Sócrates, Cicerón y Séneca, los filósofos griegos y romanos, se basaban en la filosofía estoica y, de forma similar a las enseñanzas bahá’ís, creían en el alma, en una causa divina para nuestra existencia y en una vida después de la muerte. De acuerdo con los principios estoicos para vivir, abogaban por cultivar la virtud, estar desprendidos de los acontecimientos del mundo y promover la buena ciudadanía.

Los estoicos, por cierto, eran buenos para controlar la ira (cosa que yo no siempre hago), pero también se les reconocía lo que se llama una «calma estoica», o una tranquila indiferencia ante los acontecimientos externos (un rasgo con el que me identifico). Así que, la próxima vez que alguien en tu vida no esté «enloquecido» por lo que sea, tal vez solo debes reconocer que son buenos estoicos.

Veamos algunos de los interesantes paralelismos entre las enseñanzas de estos grandes sabios y los temas comunes que se encuentran en los escritos bahá’ís. Empezaré con las virtudes. En «El Fedón» de Platón, un relato de los últimos días de Sócrates con sus amigos y estudiantes, Sócrates aborda cómo la adquisición de virtudes es la principal forma de purificar el alma:

«Que se alegre el hombre por su alma», dice, «que habiendo desechado los placeres y ornamentos del cuerpo como ajenos a él… ha buscado los placeres del conocimiento; y ha vestido el alma, no con algún atuendo extraño, sino con sus propias joyas, la templanza, y la justicia, y la valentía, y la nobleza, y la verdad; con estos adornos está lista para emprender su viaje».

Todos los filósofos a los que se ha hecho referencia hablan con gran detalle de la importancia de fomentar las virtudes durante nuestra estancia en este mundo y, del mismo modo, hay más de 500 referencias a esta palabra en los escritos bahá’ís. He aquí una de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í:

La honradez, la virtud, la sabiduría y el carácter santo conducen a la exaltación del hombre, mientras que la falsedad, el engaño, la ignorancia y la hipocresía lo conducen a su degradación. ¡Por mi vida! La diferencia del hombre no radica en los ornamentos o en la riqueza, sino más bien en un comportamiento virtuoso y en un entendimiento verdadero.

Otro principio que los estoicos practicaban era el de no apegarse demasiado a las cosas malas o buenas que suceden en la vida. Los estoicos decían que no debíamos estar demasiado controlados por el deseo de placer o el miedo al dolor, y que debíamos aceptar más lo que controlamos y lo que no. La moderación es una palabra clave. En una obra llamada Las Disputas Tusculanas, Cicerón dijo:

Quien, por lo tanto, mediante la moderación y la constancia, está en reposo en su mente, y en tranquila posesión de sí mismo, de modo que no se apaga con la preocupación, ni se abate con el miedo, ni se inflama con el deseo, codiciando algo con avidez, ni se relaja con la alegría extravagante – tal hombre es ese sabio idéntico por el que estamos preguntando, es el hombre feliz: a quien nada en esta vida parece lo suficientemente intolerable como para deprimirlo; nada lo suficientemente exquisito como para transportarlo indebidamente …

El punto que Cicerón plantea se repite en la siguiente cita de Bahá’u’lláh:

Considera como el viento, fiel a lo que Dios ha ordenado, sopla sobre todas las regiones de la tierra, sean habitadas o desoladas. Ni la vista de desolación, ni las muestras de prosperidad pueden causarle dolor ni agradarle. Sopla en todas direcciones, como le ha sido ordenado por su Creador. Así debería ser el que pretenda ser amante del Dios único y verdadero.

El desprendimiento de las cosas del mundo constituye un mensaje común tanto en la literatura estoica como en las enseñanzas bahá’ís, que podría analizarse con más detalle. De hecho, también existen muchos otros paralelismos. Pero cerraré este breve artículo con la idea de la ciudadanía. «Los estoicos», escribió Robin Alexander Campbell en Cartas de un estoico, «veían el mundo como una única gran comunidad en la que todos los hombres son hermanos, gobernados por la suprema providencia». En una obra llamada «Cartas a Lucilio», Séneca le dijo a su protegido: «Vive en esta creencia, no he nacido para ningún rincón del universo; este mundo entero es mi país».

Esto representa un principio clave también en los escritos bahá’ís, por supuesto. Curiosamente, quizás Bahá’u’lláh tuvo que repetir el mensaje porque todavía no lo hemos abrazado plenamente, ¡incluso después de unos 2.000 años! Él escribió:

No debe enorgullecerse quien ama a su patria, sino más bien quien ama al mundo entero.

Este artículo es una adaptación de varios de los podcasts de Zarrín Caldwell en The Soul Salons: Exploring our Spiritual Heritage.

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