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¿Puede la naturaleza demostrar que existe un Creador?

David Langness | Mar 17, 2021

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David Langness | Mar 17, 2021

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Hoy estoy trabajando al aire libre y oigo esos sonidos familiares del cielo que anuncian la llegada de la primavera: los hermosos cantos de las enormes bandadas de grullas de la costa que sobrevuelan el cielo.

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Miro hacia arriba.

Cientos de majestuosos pájaros gigantes salpican el cielo azul, en forma de V, U e Y, volando hacia sus lugares de anidación en Alaska. Todos los años, un mes antes del equinoccio de primavera, puedo contar con que miles de grullas canadienses migrarán hacia el norte sobre California, y hablarán entre ellas durante todo el camino.

«Hola, amigas», digo en voz alta.

¿Has visto alguna vez esta magnífica exhibición, o has escuchado su estridente discurso distintivo mientras vuelan? Es un espectáculo que hay que presenciar y una sinfonía que hay que escuchar, porque las grullas sostienen discusiones clamorosas y resonantes en el aire. En el cielo, nunca dejan de comunicarse. Constantemente.

Se les puede oír desde aquí mismo, en la Tierra.

Las grullas canadienses se emparejan de por vida y migran con sus parejas y sus crías, en un viaje bianual de miles de kilómetros. Mientras vuelan, las parejas gritan, cantan o simplemente conversan entre sí, los machos llaman una vez por cada dos llamadas de las hembras, en un dúo vocal sincronizado. Los ornitólogos llaman a sus cantos «llamada al unísono» y creen que refuerzan el vínculo monógamo de la pareja. Me gusta pensar que hacen algo más.

¿Alguna vez has hecho un viaje por carretera con tus seres queridos y te has metido en discusiones muy profundas? Pues sí, así.

Toda esa conversación parece amor. También se puede ver cuando las grullas se cortejan: primero se inclinan con las alas extendidas y luego saltan a gran altura mientras rodean a su pareja y la llaman apasionadamente. Algunas giran con desenfreno, se caen en éxtasis, agarran palos o trozos de rastrojo de maíz y los lanzan al aire una y otra vez; su elaborado vals de cortejo es extraordinariamente humano en su coreografía e intensidad.

Casi puede recordarte una historia romántica.

No soy un observador de aves, pero las grullas canadienses me sorprenden. El inquietante lenguaje que utilizan, la longevidad de su especie y la nobleza de sus fieles vidas me parecen tan extraños y, sin embargo, tan familiares. No existe ninguna especie de ave viva más antigua, y quizás descienda de los pterodáctilos. Los fósiles de estas grullas se remontan a más de 10 millones de años, por lo que han realizado sus viajes migratorios desde hace mucho, mucho más tiempo que los humanos modernos. De cuatro pies de altura, con una envergadura de siete pies y una distintiva cabeza de corona roja, estas expresivas monarcas de los cielos pueden volar 500 millas al día.

Con las alas extendidas, danzando o en lo alto, su magnificencia puede aturdirte si te fijas bien.

Tengo muchas preguntas. Migran exactamente a los mismos lugares: ¿cómo navegan y saben a dónde ir? ¿Aprenden siguiendo a sus padres, como hacemos nosotros? ¿Qué les hace volar exactamente por la misma ruta y en la misma época cada año? ¿Por qué abandonan instintivamente su hábitat invernal justo cuando se acerca el calor? ¿Qué les inspira a danzar? Nadie lo sabe.

Excepto, quizás, su Creador.

Si reflexionas, aunque sea un poco, sobre la asombrosa majestuosidad y maravilla de la naturaleza, pronto reconoces su poder y su perfección. Darwin, Einstein y casi todos los naturalistas y exploradores científicos que han estudiado la vida acabaron por descubrir este magnífico misterio:

Puedo decir que la imposibilidad de concebir que este grandioso y maravilloso universo, con nuestros seres conscientes, haya surgido por casualidad, me parece el principal argumento para la existencia de Dios … – Charles Darwin

Intentad penetrar con nuestros limitados medios en los secretos de la naturaleza y encontraréis que, detrás de todas las concatenaciones discernibles, queda algo sutil, intangible e inexplicable. La veneración por esta fuerza más allá de lo que podemos comprender es mi religión. – Albert Einstein

Las enseñanzas bahá’ís hablan con entusiasmo de esta perfección. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, describió la creación incomprensiblemente perfecta del Creador:

¡Cuán abarcadoras son las maravillas de su ilimitada gracia! Mirad cómo han penetrado toda la creación. Tal es su virtud que no puede encontrarse un solo átomo en todo el universo que no declare las pruebas de su poder, que no glorifique su santo Nombre, o que no exprese la refulgente luz de su unidad. Tan perfecta y amplia es su creación, que ninguna mente, o corazón, no importa cuán aguda o puro sean, podrán jamás captar la naturaleza de la más insignificante de sus criaturas; menos aún sondear el misterio de Él quien es el Sol de la Verdad, quien es la invisible e incognoscible Esencia.

Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, escribió:

Asimismo, observa este universo sin fin: inevitablemente, existe un poder universal que todo lo abarca, el cual dirige y regula todas las partes de esta creación infinita; si no fuera por este Director, este Coordinador, el universo sería imperfecto y deficiente. Sería como un demente; en cambio, ves que esta creación infinita lleva a cabo sus funciones en perfecto orden, y cada parte de ella desempeña su propia tarea con absoluta seguridad, sin que se descubra imperfección alguna en todo su funcionamiento.

En otro lugar, dijo:

Esta naturaleza está sometida a una sólida organización, a leyes inviolables, a un orden perfecto y a un consumado diseño de los que nunca se desvía. A tal punto es esto cierto que, si se mirase con el ojo de la perspicacia y el discernimiento, se vería que todas las cosas ―desde el átomo más pequeño e invisible hasta las esferas más grandes del mundo de la existencia, como el Sol y los demás grandes astros y cuerpos luminosos― están organizadas a la perfección, ya sea en cuanto a su orden, su composición, su forma externa o su movimiento, y todas están sujetas a una única ley universal de la que nunca se desvían.

No hay “imperfección alguna en todo su funcionamiento”. Las enseñanzas bahá’ís describen el mundo de la naturaleza bajo “una única ley”, como una creación “perfecta y amplia”.

Un sistema natural, íntegro, impecable, perfectamente ordenado, cada elemento interconectado: cada uno de nosotros, y todos los seres vivos, son células del cuerpo del universo.

Cuando dirijo mi mirada al cielo cuando el invierno quiere convertirse en primavera, y oigo a las grullas canadienses mantener sus primitivas conversaciones en el aire, contemplo y me inclino ante la maravilla y la belleza de nuestra asombrosa creación.

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