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La mujer: la honra de la humanidad

Kenneth E. Bowers | Ago 15, 2017

PARTE 5 IN SERIES Dios habla de nuevo

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Kenneth E. Bowers | Ago 15, 2017

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“Las mujeres y los hombres han sido y serán siempre iguales a los ojos de Dios” – Bahá’u’lláh

Cuando la gente piensa en la unidad de la humanidad, a menudo se centran en cuestiones de raza, religión o nacionalidad, pero la unidad también requiere de la igualdad entre hombres y mujeres.

Las enseñanzas bahá’ís dicen que, en esta era, las mujeres están destinadas a ocupar su lugar como completamente iguales en todos los aspectos de la actividad humana.

Dirigiéndose a una audiencia en Filadelfia en 1912, ‘Abdu’l-Bahá habló sobre este principio bahá’í fundamental:

“Al proclamar la unidad de la humanidad, Él [Bahá’u’lláh] enseñó que los hombres y las mujeres son iguales a la vista de Dios y que no existe distinción entre ellos. La única diferencia que existe ahora es debido a la falta de educación y adiestramiento. Si a la mujer se le otorga igual oportunidad de educación, la distinción y el concepto de inferioridad desaparecerán. El mundo de la humanidad tiene dos alas, por decirlo así: una femenina y la otra masculina. Si un ala es defectuosa, el ala fuerte y perfecta no será capaz de volar. El mundo de la humanidad tiene dos manos. Si una fuese imperfecta, la mano hábil se encontraría disminuida y no sería capaz de realizar sus obligaciones. Dios es el Creador de la humanidad. Ha dotado a los sexos con perfecciones e inteligencia otorgándoles miembros y órganos sensoriales sin diferencias o distinción en cuanto a superioridad; por consiguiente, ¿por qué deberíamos considerar inferior a la mujer? Ello no está de acuerdo con el plan y la justicia de Dios. Él los ha creado iguales; en Su estimación no hay cuestión de sexo. Aquel cuyo corazón es más puro, cuyas acciones son más perfectas, es aceptable para Dios, sea macho o hembra. En la historia, las mujeres a menudo han sido el orgullo de la humanidad – por ejemplo, María, la madre de Jesucristo. Ella fue la gloria de la humanidad. Maria Magdalena, Ásíyih (hija del faraón), Sara (la esposa de Abraham) y otras innumerables mujeres han glorificado a la raza humana por su excelencia. En este día existen mujeres entre los bahá’ís que han eclipsado a los hombres. Son sabias, talentosas, bien informadas, progresistas, muy inteligentes y son la luz de los hombres. Superan a los hombres en coraje. Cuando hablan en las reuniones los hombres las escuchan con gran respeto. Además, la educación de las mujeres tiene mayor importancia que la de los hombres, pues ellas son las madres de la raza y las madres crían a los hijos. Los primeros maestros de los niños son las madres. Por tanto, ellas deben ser suficientemente instruidas para educar tanto a los hijos como a las hijas. Con respecto a ello, en las palabras de Bahá’u’lláh existen muchas disposiciones.” – ‘Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal, páginas 183-184.

‘Abdu’l-Bahá explicó además cómo la participación de las mujeres en los asuntos mundiales ayudará a lograr un equilibrio saludable:

“El mundo del pasado ha sido gobernado por la fuerza, y el hombre ha dominado a la mujer debido a sus cualidades más potentes y agresivas, tanto físicas como mentales. Pero el equilibrio está variando, la fuerza está perdiendo su dominio, y la viveza mental, la intuición y las cualidades espirituales de amor y servicio, en las que la mujer es fuerte, están ganando en poder. En adelante tendremos una época menos masculina y más influida con ideales femeninos, o, para explicarnos más exactamente, será una época en la que los elementos masculinos y los femeninos de la civilización estarán más equilibrados.” – ‘Abdu’l-Bahá, citado por J.E. Esselmont en Bahá’u’lláh y la nueva era, página 127.

Abdu’l-Baha at the Rittenhouse Hotel in Philadelphia (June, 1912)

‘Abdu’l-Bahá en el Hotel Rittenhouse en Filadelfia (Junio de 1912)

A mediados del siglo XIX, en el momento en el que E Báb declaraba su misión, las mujeres de Persia, como en la mayoría de las partes del mundo, sufrían de restricciones severas. Algunos líderes religiosos de la época llegaron a afirmar que las mujeres ni siquiera poseían un alma. Los derechos de las mujeres eran algo prácticamente desconocido. Las mujeres no tenían un acceso sistemático a la educación, generalmente no podían entrar en los negocios o las profesiones, y no participaban en la vida pública. En la mezquita y los lugares de concentración pública eran segregadas y podían asistir sólo en raras ocasiones. Sus vidas se centraban completamente en el hogar, e incluso en ese ambiente comían y socializaban aparte de los hombres, casi nunca interactuaban con varones que no fuesen sus parientes cercanos. Era extremadamente difícil para las mujeres protestar contra tal aislamiento, porque cualquier violación de la tradición podía ser fácilmente considerada como un acto de deshonra merecedor del castigo más severo.

Sin embargo, El Báb sostuvo una alta posición para las mujeres, y Bahá’u’lláh proclamó audazmente la igualdad de mujeres y hombres durante su ministerio. Para la gente de ese tiempo, este era un concepto muy desafiante. En la mente de muchos, esta idea, con su implicación de asociación abierta entre los miembros de sexos opuestos, llevó consigo el estigma automático de la impropiedad sexual. Sin embargo, estas enseñanzas tuvieron un impacto inmediato en la comunidad de los creyentes.

Una de las primeras en creer en El Báb fue una mujer con un coraje e inteligencia excepcionales, conocida como Qurratu’l-Ayn, que significa «solaz de los ojos». Ella tenía conocimientos profundos en religión y filosofía a tal grado que incluso cuando era una niña era considerada como un prodigio. Una vez que abrazó la nueva religión, ella decidió inmediatamente empezar a vivir y proclamar sus principios igualitarios. ‘Abdu’l-Bahá proporciona una descripción conmovedora de sus logros:

“Entre las mujeres de nuestro tiempo contamos con Qurratu’l-‘Ayn, hija de un sacerdote musulmán. En la época de la aparición del Báb mostró una valentía y un poder tan extraordinarios, que todos los que la oyeron quedaron asombrados. Se despojó del velo a pesar de la costumbre inmemorial de las mujeres de Persia, y aunque era considerado incorrecto el que una mujer hablara a los hombres, esta mujer heroica sostenía debates con los más ilustrados y los derrotaba en cada reunión. El Gobierno de Persia la tomó prisionera, fue apedreada en las calles, anatematizada, desterrada de un pueblo a otro, amenazada con la muerte; pero nunca flaqueó en su determinación de luchar por la libertad de sus hermanas. Soportó la persecución y los sufrimientos con él más grande heroísmo, y aun en la prisión ganó creyentes. A uno de los ministros de Persia en cuya casa estaba prisionera, dijo: “¡Podría matarme tan pronto como queráis, pero no podréis detener la emancipación de las mujeres!” Al fin llegó el término de su trágica vida; fue conducida a un jardín y estrangulada. Se vistió para esta ocasión con sus mejores galas, como si fuese a asistir a una boda. Dio su vida con tanta magnanimidad y coraje, que admiró y maravilló a todos los que la vieron. Fue verdaderamente una gran heroína. Hoy día, en Persia, entre los bahá’ís hay mujeres que muestran el mismo coraje y están dotados de gran percepción poética. Son muy elocuentes y hablan ante grandes auditorios.

Las mujeres deben seguir avanzando; deben extender sus conocimientos a la ciencia, literatura, historia, para alcanzar la perfección de la humanidad. Antes de mucho habrán conseguido sus derechos. Los hombres verán a las mujeres activas comportándose con dignidad, mejorando la vida civil y política, oponiéndose a las guerras, reclamando el sufragio y oportunidades iguales. Espero veros avanzar en todos los terrenos de la vida; entonces vuestras frentes serán coronadas con la diadema de la gloria eterna.” – Ibid., páginas 126-127.

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